Las máquinas deseantes, de César Sánchez Lucero.

Un poemario que se desplaza como un órgano más del cuerpo

por Ítalo Morales

Desde que Baruch Spinoza anticipara el papel del deseo como la verdadera fuerza con la que puede contar el hombre y que, siglos después, el psicoanálisis lo hiciera suyo para registrar la forma en que se conduce el inconsciente, la mente y el cuerpo ya nunca fueron lo mismo. El amor, la angustia y los miedos se interpretaron como manifestación de las pulsiones de la vida y de la muerte y adquirieron rigores psicosomáticos. La poesía no fue ajena a esta manifestación de lo terrible. Baudelaire, Artaud, y los románticos lo supieron bien.

Esto viene a propósito del primer poemario de César Sánchez Lucero, Las máquinas deseantes (Paracaídas Editores, 2015), libro que aparece como un parto antinatural, ya que ha sido almacenado en el útero por una década. Su autor lo escribió cerca de los veinte años y lo ha publicado a los treinta. Para un poeta que trabaja con el lenguaje expulsar una criatura no es un acto feliz, porque hay una ruptura en esa creación. No divina, sino enfermiza.

Este poemario se desplaza como un órgano más del cuerpo, acaso una célula y busca los deseos del Yo y hace de ellos un descarnado diálogo con las lecturas, lo cotidiano, la barbarie de los signos que aparecen en el sueño. El amor no es cosa ajena en esta dura estrategia por librarse del caos. Es que el amor –una de las partes del poemario– se liga con la vida: Eros danzando al ritmo del dios de Nietzsche. Hallamos, por eso, una inteligente metáfora de la vida, donde el amor funda una realidad ajena a la vigilia, allá en los linderos de la angustia.

Es que el amor y el lenguaje no se agotan en el poemario, sino que atraviesan la palabra y se hacen simbólicas. Bella prosa poética que invita a la fascinación narrativa, un caso insular en los poetas que han sido hechos como máquinas del lenguaje.

Las máquinas deseantes 

César Sánchez Lucero

Paracaídas Editores

Perú, 2015