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El gato de sumatra [Leonardo Aguirre]



—Amputar.
—¿Cómo dice?
—Mutilar.
—No lo entiendo.
—Amputar, mutilar, seccionar, extirpar.
—Qué tanto.
—Menos de la mitad.
—¿O sea?
—Creo que siete.
—Siete qué.
—Tumores.
—¿Malignos?
—Depende.
—De qué depende, ¿del análisis?
—El análisis ya se hizo.
—¿Lo leyó?
—Por supuesto: lo estoy citando. No lo traje, pero…
—¿Y no se recuerda si…?
—¿No me recuerdo? ¿No me recuerdo a mí mismo? Recordar no es un verbo reflejo.
—Los tumores: ¿por dónde, más o menos…?
—Por todos lados.
—¿No puede ser más específico?
—Ya te dije: no tengo el análisis aquí.
—Pero eran malignos…
—Verás: en sentido estricto, no son malignos ni benignos. Eso, como te digo, siempre dependerá…
—¿Del cuerpo?
—Algo así. Porque si fuera otro cuerpo, no habría, supongo, ningún problema. Si fuera otro cuerpo, esos tumores, en cambio…
—Serían benignos.
—Correcto. Pero en el tuyo…
—Son malignos. En mi cuerpo sí son malignos.
—Ese adjetivo es un poco fuerte. Mejor deberíamos…
—No fui yo quien lo dijo.
—Tampoco es mío. Son palabras del análisis, ¿comprendes? Yo, por ejemplo, prefiero hablar de… no sé… tal vez residuos. Accesorios. Excedentes.
—O sea que sobran.
—Tal cual.
—No encajan.
—Tú lo has dicho.
—Pero siete son muchos.
—Ni tantos. Porque siete de veinte…
—Así que me quedo con trece.
—Sí, serían trece.
—No es un buen número. No es buen número para empezar. No puedo empezar con el número trece.
—Por favor, Leoncio, no me vengas con…
—Leonel.
—Mira, Leonel, el punto es que debemos respetar el informe.
—Cuál informe.
—Ya lo dijimos: el análisis. El examen. El informe de los cuatro.
—¿Los cuatro?
—La junta.
—¿La junta?
—Si repites todo lo que digo, esta conversación durará el doble. Te dije por teléfono que no disponía de mucho tiempo.
—Y esa junta… esos cuatro…
—Recomendaron lo que acabas de oír.
—Amputar.
—Amputar, cercenar, mutilar, extirpar. Verás: el jefe de la junta, que al final es quien se ocupa de redactar el informe, primero estudió en la Cayetano.
—¿Medicina?
—Obvio: ahí no enseñan otra cosa. Y luego decidió… claro… sí, tiene dos carreras. Por eso redacta con… cómo decirlo… con un estilo tan…
—Pero tampoco es una orden. O sea, usted habló de recomendaciones.
—O sugerencias.
—Una sugerencia no es una orden.
—Si yo la firmo es una orden.
—¿Ya la firmó?
—Igual que tú.
—¿Yo firmé?
—Tal cual. Firmaste tu consentimiento.
—¿Se refiere a…?
—Exacto: ese papel.
—¿Y acaso decía…?
—Cómo, ¿no revisaste tu contrato?
—Es que tenía como veinte páginas…
—Bueno, Leónidas, cuando llegues a tu casa…
—Leonel.
—Cuando llegues a casa y lo revises con atención…
—¿Menciona la junta?
—La junta de los cuatro.
—¿Si me niego?
—No puedes: ya firmaste.
—Y en el caso hipotético…
—Te demandamos.
—Es que siete son muchos. Eso es casi como… es casi otro libro, ¿no?
—Exactamente: otro libro. Pertenecen a otro libro. Ya lo dijimos: otro cuerpo, ¿comprendes?
—¿Y no se recuerda…?
—¿Otra vez?
—¿No recuerda o no se acuerda…?
—Lo único que me recuerdo, lo único que recuerdo, lo único que me acuerdo… es que, si mal no recuerdo, hay uno que se puede salvar. Tal cual: uno solo. Uno de siete.
—¿No se amputará?
—Lo podemos operar.
—¿Podemos?
—Eso dije.
—¿Los dos?
—Y mejor de una vez que yo no tengo mucho tiempo.
—¿Y la junta? ¿Qué hace la junta? ¿Por qué nosotros…?
—Ellos no hacen más que sugerencias.
—No corrigen.
—Jamás. Los lectores de la junta se dedican a leer: lógico, ¿no?
—Solo leer.
—Leer y emitir un informe con todas las recomendaciones pertinentes. Luego el editor…
—Aprueba el informe.
—Tú lo has dicho: yo lo firmo. Lo firmo y enseguida…
—Lo corrijo.
—Corregimos.
—¿Ambos?
—A cuatro manos.
—Yo escribo con una mano.
—Mira, Leopoldo, se trata de…
—Leonel.
—El punto es que se trata de un trabajo colectivo. Cuando menos, esa es mi opinión. Si quieres que tu libro… es más: tu primer libro… si quieres que lo publiquemos en Sans Serif, debes entender que yo, en tanto editor de Sans Serif, no puedo, de ninguna forma…
—Total, ¿a qué cuento se refiere? ¿Cuál es el que vamos a corregir?
—No estoy muy seguro. Si me muestras el machote…
—Cuál machote.
—La copia. La última versión de tu libro.
—¿Impresa?
—Obvio.
—No la traje.
—¿Y cómo crees…?
—Pero usted la tiene. Le mandé la última, ¿no?
—La tengo en la oficina. Por eso te dije, cuando hablamos por teléfono, que mejor deberíamos…
—¿Y si vamos a la oficina?
—Perdemos tiempo. Como te conté, a eso de las doce…
—Aunque quizá… yo creo que por aquí… déjeme ver…
—Ya viene, por fin, el mozo. ¿Quieres algo de la carta? Sans Serif invita: pide lo que quieras, Leonardo.
—Leonel. Tal vez un americano. Solo eso.
—Para mí, huevos revueltos y jugo de naranja.
—No sé si por aquí… en mi mochila…
—Y también un cortado, por favor.
—Sí, esto puede servir. Aquí tengo los… algunos… algunos papeles. Los puse por casualidad en mi mochila.
—¿El impreso?
—No, el manuscrito.
—¿Es lo mismo?
—Casi.
—Cómo que casi.
—Tiene tachones. Tachones y rayas.
—Permíteme…
—Y flechas y números y…
—Por Dios, qué cosa es esto: ¿arameo?, ¿sánscrito?
—¿Y si le digo los títulos? Quizá con eso se recuerde… o recuerde… quizá recuerde cuál era el cuento que se puede corregir.
—Recuerdo un poco del argumento. De la historia. Me parece que la historia tenía gatos.
—Hay dos cuentos de gatos.
—Demasiado. Amputamos uno y operamos al otro. Un gato por libro.
—En realidad, hay un gato y una gata.
—La gata. Sí, era una gata. La gata que vive con…
—¿Una pintora?
—Sí, una pintora. Y también recuerdo que la junta descubrió en ese cuento una especie de plagio.
—Cuál plagio, ¿mío?
—Eso es lo que dijo la junta.
—¿Y quién se supone…?
—Un tal Ricardo. Ricardo no sé cuántos. Ricardo… ¿Zumarán? ¿Sumatra? ¿Zumaeta? Qué sé yo. Solo recuerdo la sílaba Su.
—¿Era una novela?
—Relato. Perdón: cuento. No, ni siquiera cuento: lo de Zumarán o Sumarriva viene a ser una microficción. Así le llaman ahora: microficción. Se ha puesto de moda, ¿no? Como un celular, como una computadora. Todo es más pequeño, más leve, más delgado.
—Más fácil.
—Verás: yo entiendo lo del iceberg, pero…
—¿Hemingway?
—Claro. Entiendo la teoría, pero algunos…
—Exageran.
—Tal cual. Por ejemplo, ese libro de Sumatra… o Zumaeta…
—Quién será. Jamás en mi vida…
—Es una cubeta de hielo. Una bolsa de hielo picado. Una raspadilla sin jarabe.
—Debe ser. Igual yo nunca lo leí. Nunca leí a ningún Sumarriva, ni Zumaeta, ni…
—Pues yo sí. Con el informe de lectura me adjuntaron un ejemplar. El volumen donde figura ese relato. Ese cuento. Ese microcuento.
—Aunque no se recuerda quién es el autor. Perdón: no recuerda.
—Tengo mala memoria para los nombres.
—No me diga.
—El punto es que, según la junta…
—Ese cuento se parece al mío.
—Al revés: el tuyo se parece al de Sumatra.
—En qué se parece.
—Varios detalles.
—Cuáles: dígame dónde.
—Así no puedo. Así como está, resulta imposible. Ni hablar, no puedo descifrar este códice.
—Y ahora qué hacemos.
—Léelo tú, pues, Leocadio.
—Leonel.
—Lee tu propio cuento.
—¿En voz alta?
—Obvio.
—¿Aquí?
—Dónde más. Y mejor te apuras que ya son las once.

La cifra se me antojaba insuficiente. Ridícula. Simbólica. Sí, era una miseria la pensión que mi exesposo Fernando tenía que mandarme cada mes de acuerdo a lo estipulado por el dictamen de la jueza. Verbigracia: la pensión para comprar

¿Verbigracia? Por dios, qué tal huachafería.

Vale decir: la pensión para comprar los alimentos del bebé. Pero el bebé, sin embargo, ya no estaba conmigo: como lloraba

Pero y sin embargo son lo mismo.

Sin embargo, el bebé ya no estaba conmigo: como lloraba todo el tiempo, me resultaba imposible trabajar con tranquilidad. Lo cierto es que aquel ulular penetrante

¿Ulular? Cómo, ¿es un patrullero?

aquel aullido penetrante, que brotaba desde la cuna o el corral y progresivamente retumbaba en cada una de las paredes del departamento, interrumpía mi labor con insostenible frecuencia. Me robaba enteramente la concentración. Urticaba mis nervios. En cualquier momento, incluso en medio de la noche, al pequeño tirano se le daba por chillar, seguramente motivado por el hambre, y ese chillido filoso, agudo, desesperante,

No abuses de los adjetivos. Ya sabemos que lloraba mucho: no insistas con eso. Además, ten cuidado con los adverbios terminados en mente.

De modo que los chillidos constantes del tiranuelo no me dejaban trabajar. Me impedían concluir la serie de nueve cuadros, nueve cuadros de gran tamaño, que cierta galería del centro, muy elegante y exclusiva, pensaba incluir, hacia finales de agosto, como parte de su acostumbrado

Concluir, exclusiva, incluir: mucho clu.

En consecuencia, supuse que sería buena idea pedirle a mi hermana que cuidara de su sobrino durante algún tiempo: cuando menos, hasta el día de la exposición de mis cuadros. Ella no tenía hijos, y tampoco podía tenerlos (debido a cierta condición clínica que no conviene detallar aquí), pero quería tanto a su sobrino, lo quería tanto como si fuera ella su propia madre, que aceptó mi ofrecimiento con el mejor de los ánimos. Por lo demás, cabe apuntar que mi hermana, según me constaba, mensualmente ganaba el triple

Cuidado con la rima: hermana, constaba, ganaba. Toma nota y en tu casa lo corriges.

el triple de la pensión que yo percibía de mi exesposo. De hecho, a mi modo de ver, ganaba mucho más de lo que podía gastar. De manera que también entendió con claridad cuando le dije que Fernando

Ningún Fernando: que sea Ricardo. Claro, por el tal Sumatra. Si no llegamos a corregir lo suficiente, llegado el caso podríamos decir que se trataba de un homenaje. Tal cual: homenaje, tributo, guiño, pero nunca plagio.

entendió con claridad cuando le dije que Ricardo, aunque fuera siempre muy puntual con los envíos, apenas destinaba una minucia para comprar los alimentos de su hijo. Sin embargo, en honor a la verdad, pese a la cantidad irrisoria del cheque, igual me las arreglaba

¿Cheque? ¿Quién usa cheques hoy en día?

igual me las arreglaba para cubrir mi propia manutención. Más aún, y esto tampoco lo sabía Ricardo, lo cierto es que

No, ni siquiera Ricardo. Que sea R. Solo R. Verás: no es un personaje relevante, ¿o sí? Por eso: mejor ni lo nombres.

lo cierto es que, milagrosamente, sus envíos mensuales alcanzaban, asimismo, para comprarle a Gisella, con bastante frecuencia, una bolsa de

Me perdí: ¿Gisella? ¿Quién se supone…? Ah, perfecto. Prosigue.

una bolsa de comida para gatos. Así las cosas, era evidente que yo no podía

Espera: ¿Gisella? No, pues, Leónidas, ese nombre no parece… Leonel… ese nombre no parece nombre de mascota. Ni hablar, pensemos en otro. A mí se me ocurre… qué sé yo… ¿qué tal Tess? ¿Acaso no suena mejor? Es que así se llama mi gata. Una gata persa de tono marfil. Que padece, además, de polidactilia. Claro, más dedos. Tiene seis en cada pata. Como Snowball, el gato de… sí, de Hemingway. Como él y como toda su descendencia. Cuando Hemingway se mató, cuando se mató de un balazo, dejó regados en su finca… exacto, más de cincuenta. Todos con polidactilia. Pero, bueno, volvamos a lo tuyo.

era evidente que yo no podía darme ninguna clase de lujos. El sobre que mandaba Ricardo nunca me permitía, por ejemplo,

R, solo R.

El sobre que mandaba R nunca me permitía, por ejemplo,

Esto no es un cortado. Por dios, ¿dónde está el mozo?

renovar el guardarropa ni acudir a la peluquería. De hecho, durante varios meses no tuve ganas de salir de mi departamento. Y si acaso necesitaba provisiones, llamaba por teléfono a la bodega y recibía los paquetes con la puerta entrecerrada. Sin embargo, conviene precisar que tal encierro se debía, sobre todo, al régimen esclavizante que ya me había impuesto tiempo atrás el pequeño tirano:

Esto no es café con leche. Al revés: esto es leche con café. ¿Sería tan amable…?

un encierro que, por lo demás, no fui capaz de infringir ni siquiera cuando Carola se lo llevó a su casa pues mi absorbente trabajo

Esa Carola tampoco es importante. Mejor no la nombres.

no fui capaz de infringir ni siquiera cuando mi hermana se lo llevó a su casa pues mi absorbente trabajo (y, en especial, el plazo perentorio de la galería) me obligaba, naturalmente, a permanecer día y noche recluida en el dormitorio que, a la sazón, había yo convertido en un simpático atelier.

Dios mío, qué tal párrafo, ¿no puedes abreviarlo? Por otro lado, me parece que abusas, en general, de los conectores. Conectores huachafos, además.

En consecuencia,

I rest my case.

me quedaba sola en el departamento, junto con Gisella, dedicada total y absolutamente

Tess.

junto con Tess, dedicada total y absolutamente

Ni hablar: esto es otra cosa. Esto sí es un cortado. La leche no se impone ni abruma: solo matiza, ¿comprende? Pero no se vaya: ¿y los huevos revueltos? Apúrese, ¿quiere?

Porque Tess, la verdad sea dicha, sí me dejaba trabajar a mis anchas. No hacía más que deambular sigilosa, silenciosa, muda,

Tres adjetivos equivalentes.

y pasearse de sillón en sillón esperando, sin exigirlo jamás, que me recordara de ponerle

¿Me recordara de ponerle?

que me acordara de ponerle comida en su plato de aluminio. Ese silencio, cabe anotar, se debía, indudablemente, a la provebial discresión de los felinos, pero, sobre todo, se fundaba en una imposibilidad fisiológica: mi madre, su verdadera dueña, decidió esterilizarla después de la cuarta camada, y tras aquella operación, el animal perdió la capacidad de proferir sonido alguno. De modo que nunca, la verdad sea dicha,

¿De dónde sacas eso? ¿De dónde sacas que los gatos dejan de maullar cuando los operan? Más tarde verificas ese dato.

Hasta que dejó de llegar la maldita pensión. Aguardé una semana, una semana completa, pero el sobre no llegó. Llamé a R, desesperada, y justificó su inusitado retraso (como dije, siempre fue muy puntual en los envíos) con una razón que, naturalmente, yo no me atreví a cuestionar: según me contó por el hilo telefónico,

El hilo telefónico. Ay, Leoncio…

a su actual esposa le habían detectado un tumor en el cuello uterino y entonces debía, por fuerza, destinar el íntegro de su presupuesto a costear la operación, comprar las medicinas y sufragar la estadía de su mujer en el nosocomio. Así las cosas,

¡Nosocomio!

hospital

Exacto.

Así las cosas, me rogó que, por favor,

No. Si se trata de un gasto fuerte, lo correcto sería una clínica. No, pues, no son sinónimos. De ninguna manera. Un hospital es público, y una clínica… claro… tal cual.

me rogó que, por favor, tuviera un poco de consideración y, en especial, mucha paciencia. Me suplicó que lo esperara, cuando menos, hasta que su mujer dejara el noso

Clínica.

dejara la clínica. Y como a Carola, desde luego,

Mi hermana.

Y como a mi hermana, desde luego, no le pensaba pedir ni un centavo (no soy tan conchuda), la única salida

Espérate: ¿primero dices nosocomio y ahora, conchuda? ¿No crees que…?

Por consiguiente, mientras aguardaba el cheque de mi exesposo, tuve que arreglármelas, en principio, con cualquier cosa que todavía quedara en la refrigeradora (llegué a cocinar, incluso, algunas legumbres al borde de la putrefacción) y días más tarde comencé a freír panqueques y beber infusiones (anís, manzanilla, hierba luisa, boldo, yantén, valeriana, kión,

Por dios, ¿no bastaba con decir infusiones?

y, en general, toda una coleccción de bolsitas filtrantes desperdigadas en tantos rincones de la cocina; colección que me legó mi madre y que, además de la gata, fue la única herencia que recibí cuando falleció). Y Gisella, por su parte,

¿No era Tess?

Y Tess, por su parte, una vez que se acabó la

Aunque tampoco. He pensado que lo mejor, siguiendo con el homenaje, sería utilizar el apellido. El apellido del tal Sumatra. No, pues, me refiero a la primera sílaba. Su, nada más que Su. Y esto por dos razones. Verás: los gatos, y creo que también los perros, apenas reconocen la primera sílaba de sus nombres. Por eso la mía se llama solo Tess. Y, por otro lado, poniéndole Su conseguimos un toque de… qué sé yo… algo de exotismo, ¿no? Sonará como chino.

Y Su, por su parte, una vez que se acabó la comida para gatos, decidió retomar

Y lo escribes con E. Sue, ¿comprendes? Lo escribes en inglés, pero sonará como chino.

una vez que se acabó la comida para gatos, decidió retomar la vieja costumbre

Whiskas. La marca. La marca de comida para gatos. Es que tu prosa es muy ambigua, muy nebulosa, muy gris. Tienes que darle más color. Tienes que hacer algunas precisiones. Esa, por ejemplo: la comida para gatos. Whiskas o Friskies. O incluso…

una vez que se acabó la bolsa de Whiskas, decidió retomar la vieja costumbre de recorrer el tupido jardín de atrás en busca de pericotes. Al cabo de dos meses

Espera: un par de observaciones. En primer lugar, si mal no recuerdo, hablabas al principio de un departamento. Y como esta fulanita no tiene muchos recursos, debe ser un departamento muy estrecho. Así que no puede tener, como dices, un tupido jardín de atrás. En segundo lugar, y esto me parece más grave, los gatos, a pesar de lo que creen todos, no comen pericotes. No comen ratones. No comen ratas. No, pues, Leobaldo, yo jamás… Leonel… yo jamás he visto a un gato comer un ratón. Y te lo digo yo que prácticamente tuve gatos desde que nací. Los cazan, obvio, pero no se los comen. En realidad, los cazan para torturarlos. Como juego, supongo. Quizá como ejercicio. Ejercitan sus colmillos y sus garras. Los patean, los pisan, les muerden el cuello… exacto, eso es lo que hacen. Y cuando el bicho deja de moverse, cuando el bicho muere, se aburren y se largan. Comprendes, ¿no? Además, ese cambio será muy útil para evitar el plagio. Porque Sumatra, justamente, cojeaba del mismo pie. Tal cual: puso ratones. En fin, prosigue, Leopoldo.

Al cabo de dos meses, por no pagar el recibo correspondiente, me cortaron la línea telefónica. En consecuencia, ya no pude, tampoco, llamar a R para transmitirle

Llamar y transmitir: muy redundante.

para quejarme como siempre lo hacía. Por lo demás, no hubiera sido muy elegante considerando la delicada situación de su mujer. Así que nos cortaron el teléfono y, a la vuelta de tres meses, también la electricidad. Por ese motivo tuve que dejar de pintar por las noches

Tuve que dejar de pintar: tres verbos consecutivos.

dejé de pintar

Ya no pintaba: solo eso.

ya no pintaba por las noches, y aprendí a levantarme muy temprano para principiar la jornada con el alba, y poder concluirla con

¿Alba? ¿Es en serio?

con el amanecer, y poder concluirla con los últimos rayos del sol. Asimismo, ya para entonces no quedaba nada en los reposteros ni tampoco en el refrigerador. El gas, incluso, se había terminado. No obstante, felizmente para Sue, los ratones

Ya lo establecimos: nada de ratones. Mejor palomas. Claro que sí: yo los he visto. Tess, por ejemplo…

felizmente para Sue, las palomas incautas continuaban apareciendo, una tras otra, en el jardín de atrás. De manera que una noche

Lavandería. No jardín: lavandería. Tal vez una lavandería de techo abierto donde seguro hay un balde con agua estancada. Y las palomas descienden todo el tiempo para beber el agua del balde. Y así la gata, la gata Sue, las atrapa con facilidad. Porque las palomas, no sé si lo sabes, beben el agua sin levantar la cabeza. Quiero decir: no beben, sino que succionan. Bajan la cabeza para succionar y no ven a los gatos que se acercan por la espalda. Y eso, verás, ocurre solamente con las palomas. Los otros, los otros pájaros, levantan la cabeza para escurrir el agua dentro del esófago, y sí pueden, entonces, notar la presencia de algún gato.

De manera que una noche, cuando intentaba, inútilmente, rascar el fondo del azucarero con el objetivo de llevarme a la boca los últimos terroncitos adheridos a los rincones de la loza para masticarlos lentamente y así mitigar los crujidos de mi estómago por algunas horas, la gata se descolgó por

Qué barbaridad. Yo mismo me asfixio de solo escucharte. Convierte, por favor, todo eso en frases cortas. Divide, corta, fragmenta. No, no ahora que no hay tiempo. Hazlo en tu casa.

la gata se descolgó por la ventana que comunica con el jardín y, suavemente,

Quedamos en que no hay jardín.

se descolgó por la ventana que comunica con la lavandería y, suavemente,

La lavandería: la-la. Cuidado con eso.

se descolgó de la ventana que comunica con el patio de atrás

Mejor.

y, suavemente, aterrizó encima

No me gusta ese verbo. Aterrizar. Es un gato, no es un avión. Y tampoco creo que combine bien con el adverbio. Si has viajado alguna vez en un avión, sabrás que un aterrizaje… correcto… nunca, pero nunca, puede ser suave.

y recorrió toda la mesa del comedor hasta sentarse justo frente a mí. Una vez que se detuvo, me pareció escuchar que dejó caer

Superaste tu propio récord: cuatro verbos consecutivos.

oí que dejó caer

Igual es mucho.

dejó caer

Perfecto.

soltó de las fauces

Mejor. Y hocico en vez de fauces.

un pequeño bulto cuya naturaleza no me fue posible determinar al principio. Y no podía saberlo pues, como dije, nos habían cortado la electricidad. Solo lo descubrí

Cacofonía: solo-lo.

Recién lo descubrí cuando, tanteando ese pequeño bulto,

Cómo, ¿ni siquiera tiene velas?

lo descubrí cuando acerqué la vela con cuidado y, tanteando ese pequeño bulto

¿No basta con acercar la vela? ¿Para qué tantear?

acerqué la vela con cuidado y entreví, apenas, la silueta de un oscuro y pequeño animal cuya cola, muy delgada,

Cuál cola. ¿La cola del ratón? ¿Pero no dijimos…?

la silueta de un oscuro y pequeño animal que, al parecer, estaba cubierto de plumas:

Exacto.

las plumas aún vibraban y temblaban

¿No es igual?

las plumas aún vibraban, y el pico abierto repiqueteaba espasmódicamente sobre la mesa de fórmica. Una vez que abandonó la presa, Sue se marchó despreocupadamente

Dos mentes. No, no las nuestras, me refiero a los adverbios.

Sue se marchó para dormitar en el sofá en la sala, y yo, tras meditarlo por varios minutos,

Obvio: en la sala. Quita eso. ¿Acaso tú tienes un sofá en la cocina o en el baño?

urgida como estaba, resolví, al final, coger el animal muerto con un periódico y, acto seguido,

Ya lo recuerdo: ahí viene la descripción detallada, detallada y asquerosa, de cómo la pintora se… no, no… al contrario: notable. Precisa. Claro que me gusta. Pero no la leas: estoy desayunando, ¿no ves?

Esa escena se repitió durante más de una semana. Cada noche, Sue venía por la ventana del patio y dejaba caer una paloma tibia sobre la mesa de fórmica. Y cada noche, haciendo de tripas corazón, yo agarraba esa paloma y, ni bien se retiraba Sue,

¿Cada noche? Hasta donde tengo entendido, las palomas no bajan a beber de noche. Las palomas duermen, ¿comprendes? Habría que poner, entonces, en alguna parte, que Sue sorprende a las palomas mientras están dormidas. Qué sé yo: algún agujero en el cemento. Un agujero debajo del caño donde se lava la ropa. Exacto: ese agujero es una especie de dormitorio. Aunque las palomas… espérate… bueno, son grandes, ¿no? Y si el agujero es chico… y debe ser chico para que nadie lo note… si el hueco es pequeño, pues… mejor un nido. Un nido de pichones. Pichones de paloma. Y así le resulta todavía más fácil. A la gata, por supuesto. Es una gata vieja, ¿no? Si es vieja, no creo que sea muy hábil cazando nada. De modo que Sue sí podría cazar con facilidad pichoncitos indefensos. Más fácil para ella y también para la pintora. Porque casi no tienen plumas: comer con plumas debe ser complicado. Claro, sin plumas… la piel transparente… transparente y venosa… los ojos blancos… y esos chillidos tan… Dios mío, Leonardo, qué cochinadas escribes…

Pero la última noche, pese a que la gata cumplió con el rito de acechar los rincones del patio y descolgarse de la ventana para saltar sobre la mesa de fórmica, no cargaba esta vez

La mesa de fórmica: lo has repetido varias veces. No sé si el material de la mesa sea muy relevante.

no cargaba esta vez en el hocico ninguna presa. Llegó con la boca vacía. No dejó ningún animalito para que yo me alimentara. Lo primero que deduje fue que, por fin, se acabaron, agotaron, extinguieron

O mamá paloma cambió de nido. Reaccionó muy tarde, ¿no? Pero, bueno: esos bichos no soy muy inteligentes. En todo caso, no como los gatos.

De modo que aquella noche, luego de frotar su cabeza con

La cabeza, no su cabeza. Ya sabemos que la cabeza es de la gata.

luego de frotar la cabeza con

La cabeza mojada. Es que llovía. Ni hablar, hay que añadir ese detalle. Créeme, siempre funciona: un gato bajo la lluvia. Es una escena que nunca falla. Como sabrás, el propio Hemingway… o Capote… incluso Ampuero… entiendes el punto, ¿no? En fin, hay que apurarnos. Porque ya estás acabando, ¿verdad?

luego de frotar la cabeza mojada con la palma de mi mano, se derrumbó de costado y cerró los ojos como si durmiera. Fue justo entonces

Prefiero que se tire patas arriba, mostrando la panza. Ese gesto, no sé si lo sabes, implica sumisión.

se derrumbó con las patas arriba, mostrando el abdomen, y cerró los ojos como si durmiera. Fue justo entonces que comprendí el mensaje con meridiana y absoluta claridad. Era indudable: Sue pretendía

Espérate, Leoncio. Perdón: Leopoldo. ¿Cuál era…? Ya sé: Leonel. ¿Cuál era el mensaje que la pintora comprendió con claridad? Bueno, sí, eso lo entiendo, pero… no, no… verás, el problema es que los gatos… cómo decirlo… ningún animal, creo yo, sería capaz de actuar como tú dices. No es natural. El instinto les impide proceder así. Por eso sugiero… repito, sugiero: si quieres, me haces caso, si quieres, no… sugiero que intentes explicar, en alguna parte, que fue la pintora quien interpretó tamaña barbaridad. Es cosa suya, ¿comprendes? La gata no le ha dado ningún mensaje. Allá ella si pensó que debía… obvio… claro, claro: quedará en su conciencia. Y la voz de su conciencia… exacto… sí, tal cual. Como sea, ese párrafo me parece… qué sé yo, tal vez atroz. Aberrante. Casi obsceno. En suma: soberbio, Leocadio, soberbio. Solo por ese párrafo convenía salvar este relato. Solo por eso publicarás en Sans Serif. Solo por eso… ¿qué hora es? Oh, Dios, terminemos de una vez.

Llegada la mañana, descubrí bajo mi puerta el sobre de la pensión. Y de inmediato, con lo que tenía puesto, fui corriendo hasta el supermercado. Antes del mediodía pagué cada uno de los recibos atrasados. Ya en la tarde pasé por una cabina telefónica para darle las gracias a mi exesposo y, de paso, con fingida delicadeza, preguntarle por su mujer. R me precisó entonces (a decir verdad, con cierto hieratismo) que, a partir de

¿Hieratismo?

(a decir verdad, con cierta parquedad)

¿Y esa rima?

(a decir verdad, con mucha calma) que, a partir de la fecha, nunca más tardaría con la pensión porque su esposa, desgraciadamente, había fallecido en la sala de operaciones y, mal que bien, ya no tenía que pagar el tratamiento ni las medicinas. Tras colgar el teléfono

¿Eso dijo Ricardo? ¿Mal que bien? ¿Y lo dijo con calma? Su mujer ha muerto, ¿comprendes? Ricardo no puede hablar así. ¿Mal que bien se acabaron los gastos? No, pues: deja el cinismo para ella, solo para ella.

Tras colgar el teléfono, por alguna razón que no concibo (ahora que rememoro la escena, todavía no entiendo mi reacción), rompí a llorar amargamente. No por

¿Se puso a llorar? Eso no encaja en el perfil. Además, ¿por quién dices que llora?

no por la esposa, sino por Sue.

Su qué.

Mi pobre Sue. 

Ah, el animal. No, no: ni por una ni por otra. No llora y se acabó. Tienes que mantener todo el tiempo la dureza, la frialdad y el cinismo de tu personaje. Verás, el punto es el siguiente: ¿se la embute sin asco y luego llora por ella? Peor todavía: ¿no se libró de su bebé para pintar un cuadro? Bueno, nueve cuadros. Claro, una serie. Lo que sea, Leónidas, pero yo te digo… Leonel… lo que yo decía, Leonel, es que la pintora no puede llorar. Quita ese verbo en el acto. Perfecto. Muy bien, ahora corramos que ya son… qué, ¿terminaste? Cómo, ¿no tenía otro final? Porque si mal no recuerdo…

—Lo taché. 
—Yo lo leí: estaba en el impreso.
—Lo acabo de tachar. Creo que no hace falta.
—Pero déjame opinar primero. Soy tu editor y, como sabes, a mí me corresponde…
—¿Tenemos tiempo?
—No era muy largo, ¿no?
—Un par de líneas.
—Léelo por si acaso. Léelo mientras el mozo…

Poco después, días previos a la exposición de mis cuadros, cuando apenas restaban unos cuantos retoques para dar por concluida la serie (de hecho, solo el último cuadro, el cuadro número nueve, requería de un puñado de breves y sutiles pinceladas), cierta madrugada, o quizá en la medianoche, creí, de pronto, escuchar una suerte de alarido procedente del piso superior. Un alarido indefinido. En principio, como cualquiera lo haría, confundí ese alarido con la normal

Pagaré con tarjeta. No, tengo Diners. ¿Voy a la caja o…? Ah, perfecto. Pero apúrese, ¿quiere?

porque yo sabía que una pareja de recién casados acababa de mudarse. De manera que, naturalmente, me incliné a juzgar ese alarido como la muestra indubitable de una cópula febril. Sin embargo

¿Cópula febril?

Sin embargo, una noche más tarde, otra vez el alarido me interrumpió mientras pintaba. Esta vez, en cambio, como prestara mayor atención, el alarido me pareció, más bien, un llanto de bebé. Un llanto que, por horas,

La cuenta de los dos. Mi desayuno y su café. No, solo una cuota.

y no me preocupé pues deduje que algún niño, en algún departamento del edificio, bramaba por

Sí, claro. El diez por ciento. Espere, no, un poco más… póngale cinco soles.

Y fue a la tercera noche que ya no tuve ninguna duda. Reconocí el origen del sonido con absoluta certeza: la misma combinación de notas tan agudas como chirriantes que Sue, mi pobre Sue, dejó escapar de su frágil garganta cuando mis manos inclementes y ansiosas

Ni hablar. Tienes razón: ese final es innecesario. Además, es un cliché. No, por favor, nada de fantasmas. ¿Nos vamos, Leonardo?



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