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Una sombra en el valle, de Lina Zerón

Ausencia de Dios

Por Eve Gil

La literatura latinoamericana parece, de momento, enganchada a la posmodernidad; sin embargo, hay quienes resisten arraigados en la Comala de Rulfo y el Ixtepec de Elena Garro. Es el caso de la poeta Lina Zerón, también novelista y cuentista, quien nos entrega una novela ambientada en el antiguo Cotija que, en la actualidad, está considerado como uno de los pueblos más hermosos de Michoacán, geográficamente entrañable para su familia y cuya historia nadie se había molestado en contar.

Una sombra en el valle (Premio Latinoamericano de Literatura 2016, Tintanueva Ediciones, 2017) arranca con un episodio lúgubre en el que parece que los habitantes del antiguo Cotija niegan su antigua creencia que dicta que cada una de sus actividades debe ser encomendada tanto a Dios como a su contraparte, el Diablo, en quien creen con la misma ferocidad. Aquí, los huesos sepultados en el panteón arman toda una fiesta para recibir a los nuevos inquilinos. Si bien aquella algarabía de ultratumba resulta todavía más alucinante, nadie se cuestiona ni se lamenta de que tanto el cielo como el infierno que rigieron sus vidas allá arriba hayan resultado ser una utopía.

La narración pareciera a cargo de los muertos-vivos; de los vivos para quienes la invasión de aquella pequeña ciudad continúa sucediendo en su memoria. También están los que, como Chuche, vivieron su infancia en aquel pueblo cuyos fantasmas rechinan y pueden palparse. Porque Cotija se transformó en Infierno dos veces: una, gracias a la furia del río que arrasó todo a su paso; otra, tras la brutal invasión del Indio Inés, el único demonio que habrán de conocer...

Sin embargo, Cotija igual posee la magia de las tabletas de chocolate que se desbordan en deliciosa espuma y los abrazos entre hermanos cuando maúlla el gato de madrugada: la mayor certeza que puedan tener los niños respecto a la existencia del Diablo, que en Cotija parece que tiene mayor visibilidad, pese a las hordas que beatas que acuden a la iglesia “envueltas como tamales”.

El Diablo en Cotija tiene nombre, apellido y hasta apodo: el Indio Inés Chávez, también conocido como “el Atila de Michoacán”, ex seminarista devoto dispuesto al máximo sacrificio por Su Señor, se cansa de aguardar la divina señal divina y cambia de bando sin remordimiento.

Las escenas de la carnicería que este sujeto perpetró sobre los inocentes habitantes del sereno pueblo son descritas sin tapujos por Zerón, de pluma tan suelta en narrativa como en poesía. No escatima descripciones como la de una jovencita que es latigueada, violada, vuelta a latiguear, tumultuariamente violada y, finalmente, mutilada, lo que nos trae el ingrato recuerdo de los feminicidios de Ciudad Juárez. Ante la proximidad del Diablo, las familias optan por guardar a sus castas hijas en los nichos de los santos de la Iglesia; sin contar con que el astuto Indio Inés, conocedor de la beatería de las familias de la localidad, buscará en la iglesia antes que en ningún lugar.

Y así como aparece el Diablo, desaparece dejando tras de sí una estela de destrucción, azufre y mujeres muertas, deshonradas o enloquecidas, como la inolvidable Lolita, aunque esta es una novela sin otro protagonista que no sea el mismísimo pueblo y sus ecos.

Lina Zerón ha escrito, tal vez sin proponérselo, una novela que reúne pasado y presente de la literatura mexicana. Desprende esa cáscara de idealización del México rural y mágico, y nos entrega una novela absolutamente contemporánea donde lo que destaca es la ausencia de Dios.


Una sombra en el valle
Lina Zerón
Tinta Nueva Ediciones
México, 2017

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