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Poética de obsidiana: aproximaciones a la poesía de Alex C. Oliver


Por Ricardo Venegas


En su faceta de ensayista, Alex C. Oliver, nos presenta su vigésimo tercer libro publicado, en esta ocasión por el INDETIL de la CADELPO. Se trata de un ensayo literario y selección poética que también podría titularse “poética del quebranto”. Una antología mínima y estudio sobre seis libros de uno de los referentes de la actual poesía ecuatoreana: Fabián Guerrero Obando.

Poética de obsidiana (INDETIL, 2018) es un lúcido ensayo literario que reúne un grupo de poemas con un hilo conductor cuyo efecto englobador dan un réquiem ensalzador de lo funesto y lo marchito.

Se trata de un octaedro con ocho ventanas para aproximarnos a la poesía de Guerrero Obando bajo un quid común: el asombro por ese implacable tiempo que a todos nos lleva a la enfermedad y a la muerte, pues tal como apuntaba William Carlos Williams “los hombres todos los días / mueren miserablemente / por no tener / aquello que tienen los poemas”.

En la segunda ventana de este libro, Campos Oliver, ensaya en las particularidades del vate ecuatoreano y lo ubica en el parnaso latinoamericano como un ornitorrinco obsesionado por la catástrofe de la existencia. Esta poesía que reúne un estudio de la mitad de la obra publicada, hasta ahora de Guerrero Obando nos ofrenda la enfermedad y la consternación humana como dos de los más altos premios de la vida, donde el dolor es “sustancia de la vida y la raíz de la personalidad, pues sólo sufriendo se es persona” (Unámuno dixit).

En la tercera ventana, retoma hechos fundamentales de la patria del poeta (su infancia), esa etapa que “siempre nos deja su ardiente herida”, y ahí aprendemos cómo para los creadores, “no son las grandes desgracias” las que debemos temer en la vida, sino las pequeñas (tal como acotaba Flaubert: “Más temo a los piquetes de aguja, que a los sablazos”).

La cuarta ventana, desdibuja el alma sombría y hadesiana del poeta. Usando el simbolismo de esta piedra volcánica, se titula este ensayo. Se trata de profundizar en los antivalores poéticos de ese animal “capaz de vivir y experimentar de formas muy misteriosas” del que nos habla Villaurritua: “apto de sentir nostalgia y echar de menos aún su muerte”.

En la ventana cinco, nos advierte la importancia capital de un “siento, luego existo”, o que “la gente se calle tan pronto deje de sentir” y de cómo el hombre, “soñador sin remedio”, puede “examinar con dolor los objetos”.

La ventana seis nos revela a un aeda de agudeza visual, que privilegia este sentido por encima de otros y nos da una sentencia que cala hasta las vértebras: “A todos en algún momento deberá de azotarnos la desgracia”.

Las ventana siete es un “desconsuelo estoico”, una desdicha tenebrosa de “cristiano horror”, que produce una poesía grave, donde el silencio se mezcla con la putrefacción. O de dolores que se alargan desde las múltiples decadencias humanas bajo un aroma crepuscular que sombrea entre los embates del ser: el desamparo o la funesta desilusión.

La penúltima ventana podría tener una metáfora que la represente: “pájaros tortuosos” como símbolo de los días grises o tal vez una “ola lúgubre que retrocede” y donde nadie puede ayudar en la narrativa poética del vate.

Nervo sentenciaba: “no hay nada más adecuado con los fines del universo que el dolor; jamás un día que se sufre es un día perdido”, siguiendo este hilo de pensamiento, ¿para qué ha servido la poesía a este poeta? ¿Para qué conmocionar desde y con las mucosidades de la enfermedad y la fetidez de la desgracia? ¿De verdad sólo aprendemos a amar sufriendo a través del dolor? ¿La compasión nos humaniza? ¿Cuál es el olor de la depresión, cuando ese pariente de la muerte (la melancolía) se instala en nuestros días?

Poeta y ensayista nos aproximan al difícil oficio de vivir (el más bello y terrible). Para el primero (Guerrero Obando) la terribilidad es decantar el súmmum de sus dolores, cuando la tristeza amaina. Para el segundo (Campos Oliver) captar con intuición co-creadora estas oscilaciones anímicas a manera de purificación de sus propias pasiones es talvez, uno de sus objetivos.

En ambos se conjuga la intensidad y precisión, ambos aportan conocimiento de la condición humana y su ley de impermanencia. Uno y otro honran a esa compañera de viaje (la muerte) desde los dramas egregios de los héroes cotidianos que sufren en su hogar o en un hospital, ¡porque aunque salgamos vencedores de situaciones inextricables, siempre hay algo que perder!

Sean bienvenidas estas corrosivas verdades, estas “vejiguillas que a fuerza de su realismo nos encallecen el corazón” para no sólo registrar la poesía con “embotellada música de felicidad”, pues el enorme árbol de la poesía (y la vida) tienen temas para despertarnos de los nuevos spleen o nimias angustias vitales. Este par, conjugado en Poética de obsidiana, desde “el imperio de su conciencia” (su soledad) escriben sin concesiones sus nobles verdades, desde la sombra de la “doble zanja de su corazón”.


Poética de obsidiana
Alex C. Oliver 
INDETIL
México, 2018

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