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Cortes de escena, de Jorge Polanco




Escribir en el tiempo

Por Felipe Moncada Mijic 



Desde el título Cortes de escena, este libro nos lleva por la clave del lenguaje cinematográfico, anunciándonos algo así como fragmentos de películas que pudieron ser, que podrían ser, o que realmente sucedieron y las captó la sutil cámara del director, que para este montaje, acota sus condiciones de producción a las palabras. Anteriormente, Jorge había publicado en Buenos Aires su plaquette Cortometrajes, anunciando a la manera de un tráiler, este libro abundante en imágenes desconcertantes y en sucesos poco predecibles. No soy la persona más apropiada para abordar el lenguaje del cine, poseo un relativo analfabetismo cinematográfico, pero comentaré el libro desde mi relación con la imagen y el relato, proveniente de las prácticas de la poesía y el ensayo.

En la portada de este libro, publicado por Editorial Isofónica (2019), hay un fragmento de un texto de Jorge, que a su vez hace alusión a una película del cineasta ruso Andrei Tarkovski, El sacrificio, la escena descrita habla de un niño que posee una extraña enfermedad, pero que por algún motivo es la única esperanza ante una inminente catástrofe, el texto no nos explica más, pero nos deja sumidos en una sensación de extrañeza y de reflexiones sobre el destino de la humanidad, las máquinas, Dios y el hombrecito cuyo corazón late a gran velocidad.

Recuerdo haber visto un fragmento de la película Solaris del mismo director ruso, era una escena en que unas algas se movían al vaivén de las olas de un lago, y luego dos hombres conversaban sobre física teórica o metafísica en un paisaje de estepa, no lo recuerdo bien. Pero si el argumento de la película se puede desfigurar con el tiempo, la sensación permanece nítida y es la de un “realismo onírico”, por contradictorio que parezca, además cualquier detalle de la escena puede ser un punto de fuga para la continuidad del relato. Creo que eso se puede decir también de muchos de los cortes de escena de este libro. Lamento no haber visto esa película entera, pues finalmente nuestra conversación y nuestras ilusorias ideas originales, son en gran parte una suma y resta de todo lo visto, lo leído, lo oído, pasado luego por el filtro y la síntesis propia. En Cortes de escena abundan referencias a libros, pinturas, películas, que no importa haber visto o no, pues en el libro tienen vida propia según sus propias leyes de composición.

A lo largo de estos 66 cortes de escena, son frecuentes las alusiones a la literatura, la pintura, el cine, la filosofía, la música, pero también a la vida cotidiana más sincera, esa de la infancia y la adolescencia, el barrio del que cada cual tiene recuerdos a su manera, por eso en estas páginas conviven Kawabata con una amiga de tatuajes en la espalda, un compañero de curso con Kafka, B.B. King con Borges, Hooper y un anciano solitario, una bailarina de un topless con Edith Piaf y la lista es enorme, como si los autores de su preferencia y las amistades, las relaciones afectivas o la gente conocida, se infiltraran mutuamente y la realidad fuera una malla donde todo eso se atrapa, las lecturas, las conversaciones, lo visto en el cine con lo visto en la calle, todo es parte de la experiencia y todo ello aparece mezclado en el mismo guión. Cuando Tarkovski trata de explicar su manera de trabajar la puesta en escena, hace notar que: “No debe uno escaparse de lo complejo banalizándolo todo. Para ello es necesario que la puesta en escena siga a la vida, al carácter de las personas y a su estado psíquico” y más adelante, recomienda para no caer en una falsa apariencia de profundidad, que: “(…) conviene reunir observaciones tomadas de la vida y no esquemas y construcciones inanimadas de una vida falsa, imitada en pro de una expresividad fílmica”. Esa saludable mezcla de recomendaciones es el camino que Jorge parece tomar, creo que gracias a su sensibilidad con el arte y su formación en filosofía, llegó a su propia conclusión de cómo opera una puesta en escena, y lo imagino usando el método que describe en el corte de escena titulado Espía, en que un escritor– fotógrafo de rostro avejentado, parapetado tras la mesa de un bar que da a la calle, comienza su captura, dice el texto: “Apenas la mirada distraída —e interesada— se fija en un punto, significa que la inspección clavó una herida de escritura. Ya sabe lo que viene después. La perentoria obsesión por las descripciones, cada vez más sutiles, y la obligación de guardar con el lápiz la memoria de un encuadre”. Esto convierte al guionista en un espía, en un cazador de imágenes que habrá de cargar luego su hallazgo de atmósfera y pensamiento.

Por ejemplo, en el corte de escena llamado Regiones interestelares de Tarkovski, el que aparece en la portada del libro, se menciona “un hombrecito (que) riega un árbol recién plantado, aunque esté seco”. Creo que esto dice mucho más de lo que dice, me explico: Polanco escoge acá algo mucho más propio que un rasgo físico para la descripción, elige un modus vivendi y con ello da mucha más información que si nos dijera el color de piel o nos describiera la fisonomía del citado hombrecito, pues alguien que riega un árbol seco, puede tener quizás una desmesurada esperanza en la continuidad de la vida, o quiera dejar un símbolo para ser descifrado por los arqueólogos de la conducta.

Otro ejemplo de este tipo de descripción: en el corte de escena titulado El artista del trapecio, comienza con un breve hecho: “La vecina barre la vereda de su casa lanzando su basura a la mía”. Más adelante menciona al padre de la vecina, encerrado en una moderna torre frente al mar, de esas que llevó el negocio inmobiliario a Valparaíso. Pero esa persona que para limpiar su vida (según la metáfora del texto) necesita ensuciar otra vida, también me parece que representa más que eso, quizás un modo de relacionarse en el apogeo del individualismo, una apatía de época que se refleja en cortos diálogos cargados de violencia implícita tras la amabilidad. Por supuesto, quizás Jorge solo quiso representar un hecho puntual, el de sacar la basura de la cercanía sin importar mucho su destino, ese acto tan común de joder a otro para no joder uno, pero me parece que detrás de la cámara está el ojo del observador entrenado en la filosofía, preocupado de los objetivos que mueven a los personajes, de su paisaje síquico, pero también es un mecanismo muy de la vida barrial, de conventillo, con esa observación aguda y despiadada del otro que dan la mezcla de hacinamiento y curiosidad, y aquí el otro y la otra van tomando distintas caras: personajes de la vida cotidiana que aparecen bosquejados apenas en la memoria y que el corte de escena enfoca nítidamente por algunos instantes de sus vidas, antes de que desaparezcan y vuelvan al río que se lleva todas las imágenes.

Cortes de escena, fue el título que escogió Jorge para el libro, pero también, aventuro, podría ser una especie de formato de escritura en que entrenó su mirada, pues escabulle el formato poema, teniendo elementos de la poesía; a veces colinda con el formato libre de la prosa poética, pero casi siempre hay una línea de tiempo que marca la narración con su metrónomo; también se podría acercar al microcuento pero despojado de su obligación de noquear al final. Todo esto complica un poco a los taxónomos de la literatura, entre quienes me incluyo como aficionado. Las escenas de este libro quedan vibrando como si algo no terminara de ocurrir en ellas, como si algo siguiera ocurriendo una vez cerrado el libro, y en esa especie de principio de extrañeza que impregna los textos, se nota que las tomó la misma cámara.

Puede ser la deformación profesional de editor, que me haga buscar los elementos que dan continuidad a este libro, el hidrógeno que unifica el espacio entre las escenas que plantea Jorge, como pequeños planetas a la deriva. Por una parte los personajes y su clima mental pueden ser de la más distinta índole: un tipo leyendo a Carver en un bus, el encuentro furtivo de una pareja, un caballo que avanza fatigosamente por la nieve, un tío colectivero, unas chicas punky, una bailarina de topless, una mujer que teje en el metro, un sastre que va quedando ciego, seres quizás de la galería afectiva del autor que se transfiguran al entrar en los cortes de escena, pues no interesa definir taxativamente cómo son, sino mostrar cómo se comportan en la escena escogida, en la atmósfera escogida, y sobre todo dejar vibrando preguntas, o la sensación de fragilidad de cualquier destino.

Jorge Polanco es Doctor en filosofía y estética, y hace clases de filosofía en una prestigiosa universidad del sur del país, con ello no quiero advertir al lector que está en la obligación de hallar el libro bueno, o que deberá descifrar alambicados razonamientos e ignotos referentes autorales, nada de eso, quizás por su dedicación a la poesía le tiene una sana distancia a las certezas propias de los sistemas de pensamiento, y está consciente de que cualquiera que se hace preguntas vitales y entra en ellas como en un terreno de nadie, está haciendo una filosofía práctica, de la vida, como queda en evidencia en el corte de escena Política internacional, en que un “casi tío” se planteaba temas de religión y de política internacional como entretenimiento durante la conducción, teología y poder, ¿cómo se mueve el mundo? El pensamiento no es patrimonio del erudito nos recuerda Jorge, hasta sus personajes ponen en duda la escritura como un acto que tenga relevancia política, por ejemplo cuando en el corte de escena titulado Dedicatoria, un amigo le dice: “la literatura no nos puede salvar. Es, simplemente. Como el insomnio, la escritura se reduce a una forma de huir” y en el texto La máquina del deseo, su amigo especialista en Deleuze y rizomas, le dice: “la filosofía no es sino eso (…) otra manera de tener miedo”, refiriéndose a su incapacidad de resolver problemas básicos de la vida afectiva, aunque sea un experto en problemas teóricos.

Un libro lleva a otro, según los saltos de la curiosidad y la casualidad. Una vez terminado de leer Cortes de escena, me topé en el baño de la casa de un amigo con un ejemplar pirateado del libro titulado Andrés Tarkovski. Esculpir en el tiempo, y subtitulado atractivamente: Relatos sobre el arte, la estética y la poética del cine. Libro que pedí prestado y del que tomé las citas mencionadas más arriba. Aclarar que hay otros cineastas como Herzog y Angelopoulos citados en Cortes de escena. Pero de la introducción de ese libro prestado, hecha por J. M. Gorostidi, quiero tomar algunas palabras que creo que tienen que ver con la escritura de Jorge, por ejemplo cuando se refiere a la película La vida de Iván, dice: “es posible hallar en ella rupturas significativas: los sueños del protagonista, la importancia de los tiempos muertos, cierto predominio de la reflexión”. Más adelante menciona una tendencia a evadir la narrativa tradicional, lineal, ya que ciertos elementos de la literatura han invadido el lenguaje cinematográfico, pero acá Jorge pareciera intentar lo contrario, o el reflejo en el espejo de ello, pues mientras usa los recursos de la literatura lineal para contar una historia, incrusta elementos de otras disciplinas, infiltra imágenes repentinas, reflexiones filosóficas, situaciones oníricas, absurdo, sumando a la exposición fría de sucesos y descripción de personajes. Al usar lenguaje del cine, las artes visuales y las interrogaciones de la filosofía, los textos adquieren capas, pero es la vida cotidiana la que finalmente mueve las emociones y por consiguiente, la escritura.


Cortes de escena
Jorge Polanco
Isofónica
Chile, 2019

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