De "La guerra en curso" [Leonor Silvestri]
La interpretación de nuestros sueños
...ahora es cuando, ahora y todo.
Héctor Hernández Montecinos
Voy a escribir sobre poetas. Mal que me pese ese es y será mi único gremio, lo único que bien o mal sé hacer. No soy una de esas cuarentonas reinas de la música indie noventera que cantan, bailan, investigan las ciencias, periodistas, madres, vedettes. Solo soy poeta. No mucho más. Voy a escribir con lo que siento mejor en mí. Dos características que concito y convoco en este viaje. Dos alhajas, diamantes, rubíes facetados, tallados contra toda doma social que en vano intentó, y con su escarnio sigue intentando, erradicarlas de mi cuerpo. No son verdes esmeraldas, bilis de envidia o de esperanza. Sino rojo odio y negra violencia. Con este odio mío más profundo que la garganta escupe fuego de un volcán, odio inconmensurable, eterno, que los hierve en mi sangre, incomprensible en un mundo de «está bueno», «buena onda», «todo bien», vomito violentas balas, palabras enérgicas con las que pienso a partir de ahora abandonarlos a todos ustedes que nuevamente en vano conspiran y conciertan contra quienes resistimos; somos enormes e infinitas en nuestra arrogancia, resistentes y más inmensas que el silencio o el sonido. Pretendo hoy mismo enterrarlos en vida, bajo un basural de wasca, genocidas de la diversidad, de lo distinto, poetas burócratas y reformistas. Mi odio radical e insano, los acompaña, alimento diario y escudo personal cuasi infranqueable con el que repelo sus infundadas, irrisorias infamias e ignominias, flechas, débiles hasta la injuria. Cierto, la violencia no se usa más, excepto que la utilice el Estado del cual ustedes se vuelven parte, ahora solo queda bien el asistencialismo de los talleres a gente inocente en cárceles. Pero a mí solo me interesan los culpables, quienes efectivamente asesinaron y robaron a mano armada, quienes mataron a su madre y a toda su familia. La poesía joven no existe, los poetas jóvenes no importan, lo que existe –y pugna por perdurar– son escrituras nuevas, y luego NADA, decía el poeta antes de volverse anti-abortista. Poemas desencantados, desorbitados de rara rabia ardiente claridad que nos hablan solo a quienes nos hablan y a nadie más, de solidaridad freak para quienes vivimos atormentadas por los temas y las prácticas de nuestros colegas, y pese a todo sonreímos, y logramos la alegría, sea lo que fuera que eso nos signifique, y sobre todo cogemos, sí, cogemos, cogemos, cogemos. Pienso a partir de hoy y para siempre reconciliarme con mi intransigencia absoluta, intransigencia de malos modos y maneras, de codos en la mesa, y pocos amigos, con mi impaciencia en los juicios, rápidos, vehementes y precipitados, y con mi visión: camino junto al tiempo, aunque me valga la soledad más absoluta en procesión encaminada al funeral. Nunca más pediré perdón, ni disculpas ni trataré de esconder que veo lo que ustedes quieren esconder, para así congraciarme. Veo lo que veo y punto, y mis ojos basiliscos también los ven a ustedes, odiados y mediocres poetas del poetaje universal. Hoy dejo de postrarme y persignarme y me convierto en raza de maíz a la cual jamás tendrán acceso porque viajan en la ruta con peaje, como turistas de la vida con 20 kilos de sobrecarga de equipaje. Sépanlo, las ideas no son trajes, ni sacos, no se prueban a ver si calzan, a ver si podemos darle a nuestras agotadas vidas un sentido.
¿Para qué conocer a estrellas de rock y poetas malditos? Sangran una lengua muerta. Yo no quiero ni a poetas ni a rockeros conocer, ni ser su compinche, pipi, pana, mano. Deseo que lejos de mí se encuentren quienes disfruto en la lectura o la escucha, como Narciso, un deseo original en un amante. Poetas no quiero, ni mujeres, excepto aquellas que tienden las camas para sus hijxs por las mañanas y con ellxs hacen la tarea por las tardes, pero dentro, bien adentro de la concha anhelan una vida de bataclana, y no ser novia del nuevo regente del boliche poetil de moda, no deseo ser poeta nacional, ni que me lean militantes, ni Buenos Aires no es poesía, y a las cosas por su nombre, Bob Dylan se llamaba Robert Allen Zimmerman y era judío. Por eso dejaré de leer en público y escribir hasta que se olviden de mí, de que formé parte de ese gremio infame, hasta que me convierta en nadie, hasta tener la gran suerte de estar solo para mí, de tan sola encontrarme, más sola aún que hoy y ser la amante del vacío. Pero soy péndulo de fuego y reacciono. Carlos Martínez Rivas para emocionar a las nuevas –y no tan nuevas– generaciones de poetas maledicentes, la poza «absoluta de la infancia» o «te lloré un mar», para volarle verga a todo mundo en mi insurrección solitaria, aprender a burlarme de quien me levanta la lengua, una risotada en su cara, una chanza, el grotesco. ¿Por qué me he callado entonces si de todas formas me niego a cooperar y golpearme sola? ¿Para qué poesía de slogan, consignar frases magnánimas grandilocuentes para la eternidad que mueven y conmueven a la acción y la emoción, si no vamos a vivir a la altura de lo que escribimos?
Ay, pobrecitos poetas, tan llenos de sí, su propia bandera, su propia conmiseración, de entierro cristiano, de nadie nos quiere, nadie nos lee, nadie nos publica, no se nos aprecia, ni se nos tiene en cuenta; pobrecitos poetas chupando pija, sobando verga, aguantando desplantes, negándose a pensar, no vaya a ser que alguien se ofenda si decimos lo que pensamos, si le pedimos «che, por qué no me hacés bien la liquidación de los libros». Hay que creer en lo que se escribe más que en sí misma. Hay que creer en lo que se escribe más que en la propia sangre, en la familia, y en la progenie. Hay que creer en lo que se escribe más que en el amor y en el futuro. Hay que creer en lo que se escribe con la fe en la santa muerte y en la soledad, con la fe de un cementerio para enterrar miedos, poetas y mal paridos. Los niños pródigos de poetas vírgenes homosexuales entenderán menos que nadie y se mofarán de estas ideas, dirán cosas como «no hay que discriminar ni a los dictadores ni a los fascistas para no discriminar», y tarareando una canción de esas que se usan ahora y comiendo un pancho bailaran en una fiesta gay friendly, y volverán a las mansiones de sus padres con derecho a herencia, y 90 empleados, sí, 90, en una gasolinera costera que bancan las publicaciones del comunismo. No es que busque un estúpido purismo, yo también tendré mi culo sucio en algún lado; pero hay límites. Poetas que de tan ignorantes pasarían por rebeldes frente a quienes entienden nada, y nunca miraron la cultura popular más que por el filtro de las series de canal de televisión, incluso ostentan palabras todavía más acomodaticias que sus voluntades y sus egos. Crisis de una generación, por ponerle un mote y ser dadivosa, “mediocre” en su cruzada por la nada misma, huyendo de cualquier idea. Se unen entonces, tácitamente a las filas de los que pregonan dos demonios, la baja de edad de la imputabilidad, el que mata tiene que morir, y tanta otra verborragia que en última instancia no comprende que todo crimen tiene en sí el germen de la venganza y de la justicia, que todo crimen es contra la propiedad privada y los derechos de exclusión que concitan. O esos otros poetas más o menos cobardes, siendo amigos de otros poetas a los que solo cabría el tiro en la nuca y la expropiación, que sueñan con un polvo de existencia en una antología para que alguien sepa que hoy estuvieron aquí e hicieron de su vida tres carajos. Pero hoy estuvieron aquí, y fueron amigos de zutano, mengano y mamole, y «todo menos mi poco talento me importa algo menos que un bledo».
¿Se entendió? Pero un mundo nuevo crece dentro de nuestros corazones, palpita. No nos importa construir sobre las ruinas que evaden el gesto oligárquico que ellos representan, sean de la clase que sean. Me importa poco si a tu novia sin trabajo de todas formas le hacés pagar las expensas a medias de tu departamento comprado con la herencia de tu padre y los negocios que alquilás en el conourbano. La mala leche, la mala voluntad y la mala poesía en mucho se parecen a la codicia y a la usura, todos signos a disolver en soda cáustica. Y una escritura poderosa que se manifiesta hombro con hombro junto a alguna idea más o menos sólida es un arma filosa, pues prefiero los cuchillos y los lanzallamas, para la venganza y el ataque. Puedo verles a ellos, el poetaje, negando y ridiculizando todo lo que haya de subversivo, y corrosivo, o de tierno en las juventudes incendiarias, solo porque jamás han podido prenderse fuego y arder. En cambio, se han divorciado, cuando la verdad nadie jamás debería casarse; por dinero y propiedades, han derramado sangre sobre las terrazas de sus propiedades inmensas, y han discutido por las expensas, y los hijos, y los coches incluso vendidos, a posteriori, en trincheras de clase media que se armaron con cacerolas de teflón y becas conseguidas con las firmas de poetas otrora militantes y hoy tan solo añosos tiramierda embebidos en licor. Oscilan entre la inseguridad y yo puse dólares quiero dólares y la culpa de todo la tiene Omar Chabán que se pudra en la cárcel. Su prepotencia patoteril de patrón de estancia o sindicalista peronista de la CTA, o la CGT aleccionadora, su ninguneo ejemplificador contra quienes eligen no alistarse en sus filas de cenitas en Palermo sin siquiera dejar propina a la camarera. Puedo verlos defender el chabonismo de quien solo ha escrito un libro o dos, ninguno bueno, y sin embargo por ser chabón, fierita de barrio, se vuelve mito, a la vera de sus otros amiguitos, que levantándole a él se levantan entre ellos. Puedo ver cómo sostienen el progresismo, los pantalones de cuero, las discusiones en los blogs que jamás serán llevadas a la calle ni a la cara, siervos de las mazmorras literarias y del clientelismo googlero para llegar a la publicación ¿de qué?... de su pura mierda que nadie de todos modos leerá, curado y seleccionado por poetas directores de museo anquilosado, y no te excusa el no haberte informado, el no saber, ni el haber nacido en una familia sin recursos literarios, para haber clavado las guampas y decir «No, gracias, paso, esto prefiero no hacerlo, no quiero ser cómplice de tus despidos». Poesía política de lectura municipal oficialista en jardines botánicos. Político solo será lo que cualquiera pueda leer, algún día, y entender, y gozar, y completar con su interpretación en la instancia de la recepción y sienta entonces que aquel día, y tal vez su vida, valió la pena ser vivida, junto con la pena que le llevó a leer ese poema y la pena que llevó, a quien escribió ese poema, escribirlo. Juventud que desde donde puede y con lo que tiene a mano repele y lleva a cabo una revolución tan sutil y hermosa que ciertamente no podrían ellos comprenderla.
La expansión de su nada no saldrá de esta declaración porque yo aquí hoy mismo los sepulto con un ladrillo en la boca para tapiarles el bien que hacen al mundo tal como lo conocemos. Y todos los poetas omitidos y silenciados por su tiempo, algunos hoy exhumados como letra muerta, jamás como cuerpo vivo, para que algún imbécil pueda coger levantándole la pollera a una nenita confundida de taller literario: todos esos poetas despiertan y se alzan y reviven hoy. Las palabras reconocen el desafío, y sus ataques por las espaldas son heridas viejas hechas con un filo de plástico, oportunismo puesto en peligro, que temió a la diversidad y a la crítica cual doña de barrio delatora de la militante frente al falcón. Del limbo de la década pasada a este texto, pese a mi edad, no me hice cómplice. Mis poemas no forman parte de rankings como listas de radio o revistas teens del corazón, ni me vendí a la novedad ni a tener amigos cool y editores que con la guita de los subsidios de sus padres luchadores fundaron mini feudos desde donde parapetarse posmodernamente (demodé, reeditando lo asegurado y lo fácil) para decirse “eysoyeditormusicopoeta” contra otros feuditos del mercado de la palabra cuya guita fue sacada de lugares aún más oprobiosos que el estado. Mientras esté en contra del mundo más vital seré, mientras esté en contra del mundo, mientras más en contra del mundo esté, menos me pareceré a ellos. Quienes quieran sacarse los ojos, ponerse el palo en la rueda, pisarse la cola, ponerse el pie, no me tendrán a mí entre sus filas, ni ciega ni muda, ni amiga. Porque ya hace tiempo que dejé de confundir lo que me alimenta con lo que me da de comer y la lucha con la pelea.
Esto no es ni violencia, ni un ventilador de mierda. Esto, decía, no es violencia. Violencia es lo que ustedes hacen contra la poesía, es su falsa y doble moral, su hipocresía, su otorgar credenciales, sus festivales. Mi odio no te engaña, soy verde mordedura que te encera, lengua bífida sincera, profundo, fiel, mi odio no te engaña. Nunca andás solo, mi odio te acompaña, hasta que el rostro se te vuelva cera, tendré en tu sombra la forma de pantera, mi odio no duerme, mi odio te acompaña, como decía la poeta.
La guerra en curso
Leonor Silvestri
La Siega
Barcelona, 2019
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