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Éter, de Sandra Santos




DEL DESCENSO DEL ÉTER EN SANDRA SANTOS

Por Ingrid Valencia

Pareciera que los treinta y tres poemas de éter están escritos desde siempre, Sandra Santos (Portugal, 1994) los ha traído para recordarnos lo esencial, para decir que lo que falta en el mundo / es tener ojos en el pensamiento. Cada poema es un estar aquí con la fuerza que solo conocen los que vuelven: como una flor abierta / que sabe que cerrarse / es un modo indoloro / de regresar. Éter homérico; akasha; éter región de los dioses; atmósfera por encima del aire; éter luz de onda transversal; éter presocrático; éter aristotélico del movimiento circular; topus uranus; Éter dios; himno órfico; éter planta que cura en los dominios de Carlomagno. 

Hay cuatro estancias durante la lectura de este libro: mundo, muerte, amor y mujer, se nos muestran en un aparente reverso de los hechos, pero no habremos de equivocarnos porque la voz lírica algo sabe de cenizas y agua, la vemos resurgir de ese pasado para invitarnos a que el amor sea un éter / amniótico caótico / semilla de lo eterno, como un sol que, sin muerte, nace cada vez y nos ofrece la particular noción de ser en simultáneo junto y dentro de todo, y nada se asemeja al viaje / al movimiento inquieto / de una múltiple saudade.

La elección del epígrafe, unos versos del poeta portugués Raul de Carvalho, anuncia el movimiento al que entraremos después de tocar a la puerta de cada estancia, allí la inscripción nos orienta hacia lo sutil y verdadero en lo que están labradas estas huellas: porque la belleza no tiene / punta por donde cogerla / a mí me gusta escribir / como quien ama… y no como quien escribe. Estas palabras me recordaron el pasaje de una lección hermética, en la que cada cuerda puede tener todos los extremos imaginados, puedes cogerla desde cualquier parte y cortarla, suponer su separación, su fragmentación. Después, versos más tarde, hallé las palabras de Sandra Santos, como quien mira atento la exposición de un atardecer rodeado del sonido vibrante de las hojas: resiste siempre con el alma abierta / a la punta del nudo que quiere ser puente / camina expuesta / a las muertes que ensayan la vida. Estos nudos que nos hacen confrontar, ya con confusión, ya con alegría, lo que no está roto sino desunido. Y qué mejor muestra de ello sino la música y sus instrumentos, como las siete cuerdas tensas de una lira que, desde su origen triádico, dieron forma a la combinación del tiempo. En éter, la música es la suspensión del nombre de las cosas (…) la música es la aurora / que trazas en el modo de abrirme al sueño / el recuerdo que trae al pecho el deseo / de tenerte aquí un día / ya leve.

Los poemas de Santos tienen la precisión de lo posible, de la intuición que nos arroja atentos al horizonte no lineal del espacio que por más que los siglos se adentren en nosotros / nunca se perderá la mirada vigilante y combativa / porque dos miradas confusas / jamás sentirán los pasos / de quien cruza ahora el mundo / sólo para mirarse.

Ahora, tú, lector, que miras este viaje, toma este libro, toma nota de la geometría de los poetas / que el punto ahora es nudo / que la herida es el farol de cada día.

Éter
Sandra Santos
Eternos Malabares
México, 2018


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