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Recordando el Cornelismo: No hay mejor viento que el que nos aterroriza [LM Hermoza]

Cedida por el autor.

Mis convicciones poéticas me impiden tomarme en serio la política, así como cualquier otra banalidad humana. Esto no quiere decir que sea indolente ante la condición del ser vivo, ni que la empatía me sea un valor negado; solo que en algún momento se apoderó de mí la consciencia de la nulidad absoluta de la vida.

Sin embargo, como cualquier otro ser vivo de nuestro tiempo, me he visto arrastrado por la comunidad a seguir algún objetivo; objetivo que puede tener muchas formas pero cuya justificación esencial siempre está ligada a la idea de la producción. Como muestra, el reclamo más básico y primitivo de la sociedad satisfecha de sus necesidades: producir un sentido a la vida; a partir de aquí, la concatenación de alegatos hasta llegar a la moderna estupidez: la búsqueda de la felicidad, del “yo” interior, del amor y del tristemente e ilimitado etcétera que nos alienta a soportar un día más este citoplasma.

Nos aferramos a la incerteza como marinero a mástil de un barco que siempre se hunde. No se salvará aunque lo rescaten.

Desde las tiernas flautas hechas de huesos que algún ser de otro tiempo talló, o las gordas hembras, miniaturas de piedra que, como amuleto, trofeo o lo que fuera cargaba algún enajenado desnudo, hasta los actuales rascacielos de Dubai, los etéreos bancos digitales o la última obra conceptual, todo, absolutamente todo lo que ha producido nuestra especie y producirá, no tiene ni tendrá el más ínfimo sentido de existencia: esté o no esté, no importa porque da igual.

Sin embargo, no pretendo hacer, por ahora, un alegato contra la castidad de la producción; pero tampoco pasar sin mencionarla porque es esta la que nos inocula nuestra necesidad de cambio, de ruptura y revuelta, que logra llenarnos de esperanza.

Vivir no tiene sentido, lógicamente hablando. Vivir es la insensatez más grande que nuestra mente pueda imaginar. Si tienes dos dedos de frente, estarás de acuerdo conmigo. Aparecer en este mundo para recorrerlo una pizca, desaparecer tal como vinimos, tiene sentido en sí porque es. Pero no lo tiene más allá de esto. Somos víctimas de la red de causas y consecuencias del vacío, la lógica anudada de supuestos, premisas que jamás podrían ser comprobables más que en nuestras torcidas cabezas.

En nuestro pobre razonamiento, ante esta certeza absoluta que todos compartimos, surge la desdicha. En todo ser humano late y bombea: es el otro corazón; y por ese corazón reaccionamos.

Toda especie de este planeta, por alguna lógica irracional, está obsesionada con extender su existencia. Por ello se reproduce, obsesivamente se reproduce; lo que no es una cuestión de simple sexo.

Desde la asexual prokariota, hasta la convulsa eyaculación de los muros de coral o la desesperada puesta del pez luna, pasando por el pulgón de repollo, cuya hembra recién nacida ya contiene el embrión de la siguiente generación dentro de sí, todos los seres vivos manifestamos la innata intención de seguir viviendo. Pero nosotros tenemos más cerebro y por eso actuamos de manera más estúpida.

Todo espécimen de nuestra especie es consciente en mayor o menor medida, quiera aceptarlo con dicha o lo rechace con terror, de la única verdad absoluta que le compete. Dicho de otra forma, no sirve de nada nuestra presencia. Y esta consciencia, si existe (sí existe), es porque tiene la única finalidad de hacernos desdichados. Es como la bacteria que quiere ser virus y se aloja insospechadamente tras la glándula pineal.

Así como poseemos la capacidad innata del lenguaje, tenemos la cualidad innata al sufrimiento, cuya esencia se focaliza en la sabiduría mencionada. La naturaleza nos ha dotado de esta facultad; y por esto la odiamos tan profundamente. Queremos vengarnos. Pero es nuestra enemiga primera que nos vence siempre, venció y vencerá. Naturaleza vence todo.

Habremos desaparecido antes de verla que se apaga.

No podremos adaptarnos a otros planetas; porque si pudimos sobrevivir la Era Glacial (lo más parecido que podría ser a sobrevivir como especie en otro planeta) es porque estaba, dentro de todo, llena de vida (vida igual comida) y porque éramos cantidad y pudimos llegar a ser puñado y aguantar más de 21000 años. Una oportunidad así no la volveremos a tener jamás; porque el puñado de ricachones que podrán escapar de nuestra piedra, lo hará para secarse congelados en otra que gire cerca. Una familia no crea una humanidad.

Destruimos nuestro ecosistema a una velocidad inasimilable para nuestra especie, tan rápido que ninguna inteligencia artificial de cuatro pelos podrá estar a la altura de nuestra histeria. Esta es la nueva esperanza a la que apelo.

A finales de la primera década del presente siglo, fundé en Barcelona la Agrupación Cornelista: por un planeta sin humanos, un grupúsculo que deliraba con la llegada del momento en que la Gran Madre Naturaleza se levantara por fin a dar el zarpazo final a nuestra especie. Por lo tanto, aceptaba la insensatez de nuestra existencia como parte esencial de nuestros actos. Esta consciencia nos permitía por momentos escapar del desconsuelo y aferrarnos a la idea de la fatalidad que permite asimilar lo que venga.

Nos daba alegría saber que éramos unos buenos para nada inexistentes ya de por sí; pero teníamos una debilidad: queríamos saber qué pasaba más allá. Era, pues, un movimiento adolescente de angustiados que celebraban el final. Por ello, ficcionalizamos nuestro mañana, reciclando una historia manipulada mil veces, la del simio que trascendería al hombre. Cornelio, manipulado por este, que le sobreviviría para repoblar el planeta una vez que el último de los nuestros se hiciese polvo. Lo más probable sería que para ese momento cuando ya no hubiera humano, menos existiera simio. Pero eso no nos importaba. Solo celebrar nuestra insensatez. Vivir cada día como una fiesta importaba ya que qué otra cosa queda por hacer frente a la fatalidad. Siendo humanos se destruye más. Destruyendo más se llega más lejos en la sacra misión de acelerar el autoexterminio humano, como un panal en decadencia, como la danza macabra de las hormigas. Desaparecer.

De Barcelona nos mudamos a París, en donde se unieron, presencial y digitalmente personajes variados, integrantes simiófilos mexicanos, chilenos, venezolanos, peruanos, españoles, franceses, un turco, gente desperdigada por esa ciudad y el globo, gente tan angustiada e insensata, reflejo uno del cada otro.

Los fanzines aparecieron, las lecturas en galerías de arte parisinas (porque sí, el movimiento fue tomado como arte conceptual), performances, hasta llegar a los actos mayores de la contaminación… ¿De qué otra forma de acelerar nuestra decadencia si no es contaminando? Soñábamos con organizar recitales el los lugares más podridos de la tierra, googleábamos para encontrar los peores, buscábamos fondos, pero solo llegamos a lanzar baterías al Sena.

Un integrante murió, devolviéndonos a la realidad de que no servía para nada ni nuestra retórica ni nuestras acciones porque el final siempre llega y no importa antes o después porque esa soficticación intelectual no tiene real existencia. La llegada suprema del final ya está aquí.

El globo se nos desinfló porque no podía ser de otra forma.

Al mismo tiempo, la realidad comenzó a superar nuestra retórica, la teoría empezaba a ser práctica y no éramos nosotros los actores. La autodestrucción se desacomplejó, haciéndonos sentir cada vez más ingenuos.

Nos despedimos con una última gran fiesta, y sin reproducirnos (paradoja dialéctica).

No estamos más pero fuimos.

Fuimos los Cornelistas que llegamos y nunca estuvimos.

Fuimos por un momento los que saboteamos tu fiesta, los que empañamos tu consuelo.

A continuación, presentamos una selección de textos cornelistas aparecidos en fanzines, revistas, blogs, de este ismo más que duró años que puedes contar con los dedos de una mano.


NO

voy a tener un coche ecológico
no
voy a tirar menos de la cadena del wáter
no
dejaré de contaminar los ríos

ni apagaré el aire acondicionado
ni desenchufaré la nevera
ni diré menos mentiras

la tierra
que desaparezca poco a poco
tan lento como cae una noche
en el más profundo de los abismos

no ceder el asiento
no tener cuidado con los niños en la calle
en el metro
en los parques
en las escuelas

que el dolor curta sus huesos como al mármol

no
daré limosna al mendigo
no
visitaré al enfermo
y el preso
puede morir entre barrotes sin que me perturbe

yo
tendré un bosque y una casa en medio
–por fuera piedra fuerte por dentro madera–

cubrirá todas mis necesidades perniciosas

la habitarán mis mujeres y mis hombres
algunos de ellos transexuales
todos serán mis esclavos
todos serán jóvenes y bellos

cualquiera que se asome sucumbirá a mis caprichos
andaremos desnudos en verano y cubiertos en invierno
tendré animales perros gatos cabras caballos
agotaré la riqueza de la tierra de mis hectáreas
succionaré toda la savia de sus árboles
comeré todos los seres vivos que la habiten

me llevaré mi tierra conmigo cuando muera
mi especie de consumidores salvajes

no
no voy a hacer bondades
no
no voy a ser el ángel blanco que toca el arpa
seré el diablo desnudo y rojo que agoniza y vive para siempre


Un poco de historia del Cornelismo 

Si bien los simios pensantes que quedan con vida son varios, el movimiento inspiró su nombre en el caso más popular de persecución que los medios recogieron. Cornelio y la actitud heroica del investigador y científico argelino Abdelhamid Laarej, en cuyo laboratorio se dio origen a la futura especie dominadora del planeta. Cuando empezaron a hacerse conocidos los experimentos y resultados del grupo de investigación que el profesor Laarej dirigía, se desató una serie de debates y polémicas entre los estudiosos y sabios del ramo en una línea más bien ética, para acabar focalizándose en la necesidad o no de cuidar y fomentar una especie que reemplace al Ser Humano cuando éste dejara de existir. Por un lado, la reacción y rechazo ante esta posibilidad que la mayoría entendió como aberrante y dislocada. Por el otro, los que vieron al Simio Pensante como una especie regenerada y regeneradora y, por ende, una alternativa acertada cuando la humana se extinguiera para siempre. De este modo, no dejaríamos al planeta sumido en el completo caos sin una especie inteligente que lo habite. En estas circunstancias, el tema llegó a oídos oficiales quienes, presionados por fuerzas diplomáticas extranjeras, intentaron por todos los medios posibles de hacerse con los especímenes que guardaba el doctor Abdelhamid Laarej, para una posterior eliminación. Antes de que irrumpieran en su laboratorio, había conseguido poner a resguardo a algunos de los Simios Pensantes, lo cuales fueron enviados secretamente a científicos favorables a la preservación de esta especie. El profesor perdió la vida por poner a salvo al último simio que logró sacar de su laboratorio, Cornelio, quien, finalmente, sobrevivió y se encuentra en paradero desconocido. Dado que muchos de los involucrados directos o indirectos en la historia no son personas anónimas y que la figura del científico argelino era conocida y respetada tanto en su país como en numerosos círculos internacionales, esta historia saltó a la luz pública y fue recogida por los medios de comunicación de masas. La polémica a la que se presta una historia de este tipo, con todos los ingredientes para despertar la curiosidad y desatar temores sociales, facilitaron su difusión. El público se polarizó generando simpatizantes y detractores. Es cuando publicaciones no especializadas intentaron definir el movimiento como un fenómeno social adolescente de pesimismo futurista y lo etiquetaron con el nombre del Simio Pensante más famoso: Cornelismo.


EL CORNELISMO PARA LOS RECIÉN LLEGADOS…

¿Cómo mirar con optimismo el futuro de nuestra especie? Es imposible.

El futuro se nos presenta claro como una mañana de primavera después de una noche de lluvia, llega a nuestra casa y se sienta en nuestra mesa, nos cuenta nuestro mañana, el paso al vacío, la sombra en la sombra, el silencio de nuestro último grito, última carcajada, última palabra soltada de boca alguna, que construimos. ¿Cómo? Regando nuestra humanidad en cada paso que damos.

¿Cómo NO tener más fe en nuestras capacidades destructivas y (siempre) autodestructivas que en nuestra capacidad de regeneración, obsoleta y simbólica?

El Cornelismo es la certeza que flamea como bandera en los techos de todos los hogares (donde descansan nuestros ejércitos), es la flor que crece en las macetas de las terrazas, es el color del alga que llama a los peces:

el ser humano está muerto, está inminentemente muerto, pero no sólo eso (porque la muerte por sí sola no sirve para nada): se extingue, lo que significa que tiene los días contados, los siglos contados que es lo mismo. Y éste es el regocijo cornelista que alimenta nuestros corazones y bombea energía en cada uno de nuestros actos.

El Cornelismo quiere un planeta sin humanos. ¿Por qué? En primer lugar, ¿por qué no? Pero no es simplemente que ‘quiera’: cree en ello. Y ello no es otra cosa que la llegada de la Nueva Era limpia de nuestra presencia. Por otro lado, ser optimista con respecto al futuro del ser humano, no deja de ser un acto distraído de hippies o uno concienzudo de políticos. Querer es creer. El ser humano trabaja por sí solo, como viene trabajando desde hace milenios, para destruirse. Es nuestra capacidad inherente hacia la destrucción, pero por sobre todo hacia la autodestrucción, nuestra virtud esencial, tan innata como nuestra capacidad de lenguaje. Conforme han pasado los escasos siglos, las consecuencias de nuestra humanidad han ido acelerándose al punto actual en el que nuestra devastación, además de ser incontrolable es inasimilable. Se levantará la Naturaleza, Rey y Reina del Kaos, a poner orden de un manotazo con su lógica contundente, haciendo de nosotros polvo, barro, tierra. El Cornelismo es la Buena Nueva de nuestra extinción, la conciencia de esta realidad, la lucha por meterse en todas las cabezas y acelerar el proceso, que por ineludible no quiere decir que no necesite ayuda. ¿Por qué alargar nuestra agonía como especie y la de nuestro entorno, por qué estirar nuestros siglos, nuestras décadas, nuestro tiempo, desperdigando en cada segundo las consecuencias de nuestra humanidad? ¿Por qué si podemos cada uno, con actos tan sencillos y cercanos quitarle minutos al reloj de nuestra tierra?


EL CONSUMO, EL CAPITALISMO Y LA ESPERANZA CORNELISTA

Cada pedazo de tela que comemos, cada cuartilla de papel que vestimos, cada zapatilla que hervimos en la sopa, cada bolsa de plástico que llevamos en los pies, cada trazo de tinta con que nos maquillamos por la mañana son la manifestación más pura de la esperanza cornelista.

Nadie duda de que estamos acabando con el planeta tal como lo conocemos, que agotamos sus recursos a una velocidad inasimilable; y está bien que así sea. Consumimos innumerables veces más de lo que podemos producir. Siguiendo esta lógica, y sin ir muy lejos o esperar demasiado, llegaremos al ansiado momento en que lo habremos todo consumido, incluidos nosotros mismos.

Por eso, el Cornelista, que desea y trabaja por la llegada de la Nueva Era limpia de Seres Humanos, se alegra ante el consumo desbordado y tiene la obligación moral de consumir sin miramientos, procurando que su consumo sea el más perjudicial o nocivo para el planeta: un consumo selectivo o no pero siempre de destrucción.

En consecuencia, el cornelista es capitalista, neo-liberal militante, y se enorgullece. Se regocija de su triunfo en el siglo pasado como sistema político-económico, frente a otros postulados desaprehendidos de la calidad innata del Ser Humano en buscar su autodestrucción. Asimismo, el Cornelismo confía y tiene fe en las posibilidades y alcances individuales, personales y domésticos de toda persona, militante o no, en la obra conjunta que el consumo particular acerca. ¡Por un Planeta sin humanos!


EL ECOLOGISMO, EL SER HUMANO Y LA SALUD DEL PLANETA

¿El cornelista es Anti-Ecologista? ¿El cornelista quiere que desaparezca el planeta?

Decir que el cornelista desea un planeta sin humanos puede catalogarlo instantáneamente de catastrofista anti-ecológico. Pero, no. El Cornelimo quiere que la Especie Humana desaparezca, no el planeta —por todos lados idea absurda, porque si algo quedará al final de todo será precisamente esta roca girando alrededor del sol que hemos llamado de manera amorosa Planeta Azul.

El resto: las mariposas, las flores, las montañas, las ballenas, las tenias, las cucarachas, los perros, los elefantes, las pulgas, los gusanos, las hormigas, las serpientes, los gatos, las arañas, las mantis religiosas, las ratas, los escorpiones, las musarañas, las pulgas, las gaviotas, los cerdos, los pejerreyes, los leones, las jirafas, los bonitos, los osos perezosos, los hormigueros etc., etc., para el Cornelismo, pueden existir como que no. No tiene importancia. Da lo mismo, igual. Puesto que, en la Nueva Era, tras la llegada del Gran Caos, Seres Humanos no habrá para juzgar nada. Sea lo que sea lo que dejemos y cómo lo dejemos, será del Simio Pensante la labor de interpretarlo nuevamente todo y actuar como le venga en gana, para bien o para mal.

Por eso, al Cornelismo le desagrada básicamente un tipo de ecologismo: el ecologismo que pretende salvar al humano o, dicho de una forma, extender su agonizamiento. El ecologismo que pretende salvar al planeta, le da lo mismo. ¡Por un Planeta sin humanos!


LAS EMOCIONES, LOS SENTIMIENTOS Y EL AMOR PARA EL CORNELISMO

Para el Cornelismo, cuyo único anhelo es la extinción del Ser Humano, su apreciación del Amor está ligada intrínsecamente al error terrorífico y maléfico que representa la reproducción.

Para acelerar la inminencia de la extinción de la especie que actualmente domina el planeta, el Cornelismo cree y guarda sus esperanzas profundas y superficiales en el alegre y maravilloso papel de los métodos anticonceptivos más variados: preservativos de diversos gustos y sabores, las píldoras anticonceptivas, la T de Cobre o DIU, la contención, los Actos Contra-La-Sra.-Natura, etc., etc.; O en la más poderosa y sencilla apatía. Todo vale en cuanto producto humanos menos bebé.

El Cornelismo no tiene nada en contra de las Sensaciones, que en el ser humano se transforman en sentimientos diversos que sublima definiendo como Amor, Odio, Compasión, Deseo, etc. Por el contrario, cree que estas sensaciones sublimadas tan humanas son necesarias e importantes para el fin, puesto que, desde siempre, han despertado los impulsos más radicales e incontrolables que nos han conducido a cometer los actos más descabellados y nocivos, que no pocas veces han conllevado a nuestra autodestrucción.

Tenéis nuestra bendición, por esto, de sentir cuanto deseéis, con quien lo deseéis; en todas las posiciones amaros, pues, apasionadamente. ¡Adelante! ¡Por atrás! ¡Desearos los unos a los otros! ¡Copularos con Sympathy for the devil! Frotaros los unos a los otros, los unos sobre los otros, dentro de los otros, pajearon, pero, por piedad, ¡evitad la reproducción! ¡Que vuestro coito no deje jamás huella! ¡Que vuestro alegre semen se esparza inútilmente en la inutilidad! ¡Por un planeta sin Humanos!


EL CORNELISMO Y LA FELICIDAD

No caigamos en tópicos ociosos que no hacen más que verse las narices. El cornelista no es ni vampiro ni kamikaze. Al menos, en público. No todo lo que brilla es oro ni todo lo que apesta mierda.

Insistamos.

Los cornelistas solo queremos una cosa: que la especie humana deje el planeta en paz para que la nueva especia de Simios Pensantes, fruto del semen precioso de la sabia vida futura que duerme en las entrañas de Cornelio, eche a andar, baile, respire y escupa libremente en pos de la nueva Gran Conquista, de la nueva oportunidad en las manos de la Tierra y el Devenir.

Nosotros que reconocemos en el futuro la esperanza del final inminente e inevitable, que ante nuestros ojos va transformándose en verdad, nos regocijamos como niños en el fango. Y esta felicidad es la que ilumina nuestra vida.

No, los Cornelistas no somos amargados. Desear que nuestra especie desaparezca, desear que nos extingamos de una vez, no quiere decir que nos neguemos la dicha de vivir (la vida). Totalmente al contrario, puesto que, al tener como único fin cornelista el acelerar nuestro proceso de extinción y velar por su buen camino y puesto que es sobre las posibilidades y capacidades (auto)destructivas propias e innatas al ser humano donde el cornelista construye su esperanza, es deber vital de todo buen cornelista entregarse a la humanidad esencial que nos habita.

La humanidad limpia y desnuda de complejos, la humanidad intensa y libre es el arma que, además, debemos inculcar y fomentar con nuestro ejemplo de vida. Será ella quien nos llevará de la mano hacia la ansiada Nueva Era. ¡Sed más humanos! ¡Tan humanos como podáis! ¡Por un planeta sin humanos!


EL CORNELISMO, EL SUICIDIO Y EL PACIFISMO MILITANTE

¿De qué sirve un ser humano muerto cuando muerto no sirve para nada?

No confundamos. El anhelo cornelista por excelencia es que la extinción de la especie humana llegue cuanto antes, acelere, explote en nuestros horizontes, apriete el pedal hasta el fondo.

Por tanto, la muerte particular y anecdótica no tiene importancia en la estrategia cornelista.

Que me muera yo o que te mueras tú, no le importa a nadie, salvo a los tuyos, tus amigos, tu familia que es lo mismo (tal vez ni eso siquiera).

La muerte cornelista no puede ser entendida sin una vida cornelista, una vida entregada al pensamiento y a la labor didáctica, de difusión, de acción, como sea que fuere. Por esto, el Cornelismo guarda respeto por pero no fomenta ni el suicidio ni la inmolación ni cosas parecidas que son al fin y al cabo un abandono de la batalla, de la toalla, de los chimpunes, de la misión que todo buen cornelista tiene en los bolsillos de sus pantalones.

El ser humano, con su calidad innata a destruir todo lo que toca y a destruirse a sí mismo, tiene que aprovechar sus capacidades al máximo para acabar de una vez con nuestro halo podrido que es nuestra existencia como especie.

Educa a tus hijos en el ideal cornelista, seduce a tus amigos con el Gran Final que nuestra humanidad llevará a cabo, entrégate a la vida sin represiones, siendo más humano que nunca: sé feliz regocijándote en el lodo patético de nuestra especie y cuando te vayas, léase mueras, llévate tu mundo contigo, cuanto más grande, amplio, ancho, alto, mejor.

La violencia es lo de menos: siempre hay una manera más inteligente de destruir y más efectiva de destruirte.

Pregúntate esto cada mañana cuando te veas frente al espejo. Nunca huyas de la vida, porque viviendo siempre se es más destructivo. ¡Por un planeta sin humanos!



YO CREO

CREO en la extinción de mi especie

CREO en su inminencia producto de nuestra humanidad que cuelga de cada uno de nuestros poros

CREO que crece como semilla en tierra fértil mi humanidad hermosa, introduce sus raíces en mis músculos y levanta la cabeza

CREO en mi poder de destrucción que hace polvo lo que roza, que transforma la montaña en desierto, el desierto en valle, el valle en quebrada, la quebrada en taza, todo lo que es en otra cosa

CREO en la supremacía de nuestra capacidad de destrucción frente a nuestro poder de regeneración, simbólico y obsoleto

CREO en los siglos, en los que hemos andado como una gran familia extendiendo nuestra humanidad hacia este presente sin mañana

CREO en nuestra autodestrucción que recorre nuestro cuerpo como otra sangre, corroe nuestras venas y nuestro entendimiento, estuvo y estará delante de nuestras narices como zanahoria que nos guía de la mano hacia el alegre desenlace del vacío

CREO en la insatisfacción que ilumina nuestra piel como el primer alba del verano, que impulsa nuestra agenda y nuestros cuerpos que no hacen más que moverse en búsqueda del fantasma huidizo del gozo

CREO en el gozo que no alcanzo

CREO en el gozo que siempre está en la otra esquina

CREO en mi necio tesón de perseguirme la cola

CREO en la frustración que el fracaso trae como flor en la solapa, viste traje, huele a perfume y cuando se sienta en mi sala pone su flor insípida en mi regazo, que tardará tres días en despejar su aroma

CREO en los sentimientos más oscuros que la olla de nuestras entrañas cocina

CREO que son el propulsor de nuestros días y nuestras noches, que nos impulsa a actuar, interactuar precisamente, a buscar, a ir regando nuestra humanidad por donde vamos, el halo destructor que alimenta la Tierra

CREO en las consecuencias, siempre en las consecuencias, externas o internas que devoran todo, nosotros incluidos

CREO en el horizonte sin mañana

CREO que es el nuestro, un presente sin camino del que no hay escapatoria

CREO en un planeta sin humanos, sin nuestro bien ni nuestro mal, sin nuestro pensamiento que dibuja un esqueleto o una estructura para cualquier cosa

CREO en el mundo del más allá, sin nada, absolutamente nada parecido a un esqueleto o una estructura que podamos siquiera imaginar

CREO en la verdad de la mentira

CREO en la mentira de la verdad

CREO en la mentira suprema y en la verdad suprema

CREO en la gran mentira que desayunamos, almorzamos, cenamos, que caerá tan suavemente como una pluma cuando no estemos más

CREO en la gran verdad que es suya, tuya y mía, también de ellos

CREO en el final

CREO en que debemos acelerarlo

CREO que es mejor antes que después SIEMPRE

CREO que SIEMPRE para nuestra especie no hay

CREO en las posibilidades personales, particulares, privadas y domésticas que todo ser humano posee para destruir su entorno y su vida

CREO en el papel, en el plástico, en las nuevas tecnologías, en el móvil, en las baterías, en las licuadoras

CREO en los vestigios arquitectónicos de hoy y de mañana

CREO en los vinilos, en los cds, en los cassettes

CREO en los objetos, en el consumo, en la publicidad, en la televisión, la radio e Internet

CREO en la humanidad de querer y tomar lo que se quiere

CREO en el deseo de tenerlo, probarlo, conocerlo, saborearlo, vivirlo, ostentarlo, exprimirlo, consumirlo todo

CREO en el spam y en el virus

CREO en la humanidad natural, libre de prejuicios ni trabas

CREO en la expresión sincera de la humanidad, auténtica y sin complejos

CREO en la entrega en cuerpo y alma a esa humanidad, en vivir la vida más humana y consecuente que podamos, en la felicidad, despreocupación, tranquilidad, la ALEGRIA de ser humanos como la belleza de los listones en los cabellos que el viento agita

CREO en todos los sentimientos y sensaciones, en todas las reacciones que producen, que condujeron, conducen y siempre conducirán hacia nuestra desaparición como el último calor de la hoguera y su humo que asciende para mezclarse con la nada humana que es el otro todo

CREO en la Gran Fiesta de la vida, mi primera, única y última entregada a concretar la promesa del vacío que el humano se lanza a la cara

CREO en la Gran Fiesta del Final, la más tropical, la más hardcore, la más rock’n’rollera, la más folkclórica, la más soul, la más pop, la más trap, todos unidos gritando por la noche eterna, por el silencio perpetuo

CREO en la Naturaleza, Rey y Reina del Kaos, que vendrá a poner orden de un sólo golpe en la nuca de nuestro pensamiento, se levantará como una ola, como el monstruo de la gran montaña que sale del lago

CREO en Cornelio, el Simio Pensante escogido, salvado del laboratorio del Doctor Argelino Abdelhamid Laarej, sabio y mártir de nuestro desenlace, que aguarda protegido por Cornelistas Elegidos su momento, en que echará a andar libre por fin, aún más libre que la libertad conocida, que la libertad que no logramos concebir ni imaginar siquiera

CREO en el semen precioso de Cornelio, que regará los coños de las monas más fértiles y darán a luz la Especie Nueva

CREO en la Especie Nueva de Simios Pensantes que vendrá de las barrigas de todas esas monas preñadas pelirrojas, negras, rubias, blancas, castañas, marrones, amarillas
CREO que lo que hagan ellos con el planeta que dejemos es asunto propio de monos

CREO en la esperanza del final

Por los siglos que nos quedan

Que así sea


Invitados*



ARDE, MONO

Francisco Jota-Pérez

“Empezó en las urbanizaciones. Una figura oscura, alguien enfundado en un uniforme ninja, estaba prendiendo fuego a los monos mascota y a los monos ayudantes que eran tendencia entre las clases acomodadas de la época. El ninja entraba en chalés y adosados usando sus sombrías artes y anestesiaba a los ocupantes de la casa, así como a sus simios de compañía. Acto seguido, procedía a clavar al animal por las muñecas y los tobillos a un soporte de madera en aspa instalado previamente en el jardín. Rociaba al mono con gasolina de alto octanaje y le aplicaba la llama de un soplete portátil, creando piras funerarias envueltas en la alarma de los gritos de dolor absoluto del primate, noche tras noche tras noche”.

Alaridos, llantos, súplicas. La preocupación establece patrullas vecinales y se duplica el número de teorías conspirativas. Alguien apunta el dedo hacia organizaciones ecologistas radicales, pero ahí están las mujeres para desmentirlo: la liberación animalista, tortura animal mediante, es un contrasentido. Niños con los corazones rotos por el desalmado que ha asesinado a fuego a sus animalillos, a sus amigos, a sus bebés. Un buen ciudadano se afilia a una facción que opta por la acción preventiva; todo ciudadano no tan buen ciudadano como los buenos ciudadanos de mi facción son sospechosos y requieren interrogatorio. ¿Dónde está tu facción ahora? ¿Dónde tu patrulla? ¿Mi facción la tiene más larga que tu facción? Hay quien ya en este punto ha guillotinado su Documento Nacional de Identidad y pasado a la clandestinidad. O todos policías, o todos ninja.

“Claro que en breve el sacrificio de changos capuchinos, titís y monos ardilla se extendió a las tiendas de mascotas de los barrios medios, a los laboratorios cosméticos del área industrial e incluso a los apartamentos de ciertos presuntuosos en los barrios bajos. El ninja parecía estar en dos lugares a la vez, en cinco, en veinte, en cien, y no discriminaba ingresos o alcurnia, ni había sistema de seguridad que no pudiese eludir. Era evidente que estábamos ante una organización, no un individuo. Una organización eminentemente terrorista”.

Bandas y sindicatos buscan su propia forma de justicia. Dormir con máscaras antigás y no ir más a trabajar; no ir a la escuela, no salir de casa más que lo indispensable. Huesos calcinados de mono en los parques y las zonas verdes y los patios comunales. El gobierno pretende tomar cartas en el asunto, pero es tarde, ahora el gobierno es solo una facción más. Un ama de casa, presa de un ataque de pánico, compra un diminuto disfraz de ninja para su bonobo de recreo sexual; lo viste de tal guisa y la ansiedad infecta al mono y éste huye. Corre como un rumor y cala. Disfraces de ninja de todas las tallas concebibles se agotan. Los más mañosos los cosen a mano, en casa, siempre en casa. Terroristas: simios: impostores humanos: indistinguibles: estalla la inevitable guerra civil.

“Y ya nunca supimos si es que los herederos del planeta tras la Práctica Aniquilación Completa de la Humanidad, los primates inferiores a los que, como en una mala película de Ciencia Ficción, habíamos subestimado y pretendido domesticar, habían desarrollado en ese futuro en el que son reyes de la creación una forma de viajar atrás en el tiempo para desarticular el estado natural de las cosas y acelerar su prevalecer; o si, por el contrario, el culpable de tal aniquilación había sido solo un hombre, un ninja iluminado por la sapiencia de que, no nos llamemos a engaño, el ser humano ha sido un virus, un antígeno, un carcinoma no consciente del importantísimo papel que la evolución le había asignado, que no era otro que el de resultar el arma biológica definitiva, la catástrofe ecológica perfecta, el organismo que se encargase del labrado del planeta para llevar la tierra al barbecho del que pueda brotar nueva y mejor vida, desde que el simio que él mismo fuese una vez se alzase en sus cuartos traseros y, bípedo, liberase sus manos y las consagrase al caos; al simple, dúctil y terminante caos”.


OCTUBRE 1942 (STANLINGRADO)

Miguel Ángel Torres Vitolas

Luego que la columna de aviones terminó de desaparecer en el cielo y que sus bombas terminaron de apagarse entre fuego y rugidos de muros y casas deshechos, siguió un silencio temeroso y quieto. Un tanque T34 yacía volteado, cubierto de escombros, humeando por la escotilla. El largo cañón apuntaba inútil hacia unas columnas derrumbadas. Esta vez no siguió más, sino solo algunas explosiones desbocadas, desordenadas, que se oían muy lejos. La tierra tembló, como temblaba ya todos los días. Un edificio ya rendido, continuó en su postura vencida e imposible, pero no terminó de desplomarse. Luego el silencio volvió a instalarse, como el viento frío y las nubes de polvo que cubrían la ciudad entera. El cielo blanquecino se veía apenas. Solo existían la ciudad arruinada y el desorden calamitoso de sus aparatos.

De un lado de una calle, una mano pequeña y abierta empujó una puerta herrumbrosa que crujió suavemente. El animal, pequeño, casi amarillo y rápido, asomó la cabeza hacia la calle desierta. La otra mano se aferraba a una bolsa de tela que encerraba unas latas bronces y opacas. El mono asomó entonces la mitad del cuerpo, seguido de su cola erguida y brillante que lo seguía como otra cabeza. Ya en la calle se detuvo, se irguió y olisqueó el aire amargo y tibio que parecía solo cortar por instantes el viento frío, como si ello le pudiera decir más que las columnas de humo, que los cadáveres oscuros, que el caos gris de montones de casas y edificios hechos un mismo tumulto. Se inclinó entonces y empezó a andar, como si supiera adónde.

Dos disparos pequeños, discretos, estallaron a su lado. El animal saltó y chilló sobre su sitio y miró en una dirección y otra, como para tratar de entender. Se paso la mano plana y abierta por la pierna y se sacudió sencillamente de un lado, como quien quita un poco de polvo de una camisa. No rió, no sonrió, no pensó en nada. Solo miro hacia los escombros de donde le habían disparado (vio un grupo de ojos, de manos y de rostros negros que lo miraban desesperados) y con el mismo gesto simple y suficiente, recogió la bolsa que había soltado. La echó al hombro y se fue, a pequeños saltos, ondulando la cola brillante, hacia una calle de paredes blancas que se consumía de un lado por el fuego.



PALABRAS PARA UN MAÑANA

En estos momentos, una manada de adolescentes adoradores del synth-pop mueven sus cuerpos. Los agitan con la maestría que se les escapa a los intelectuales. Cada músculo es un poema. Una canción que festeja la vida, la tierra, el aire. Su sudor, sus olores marcan el territorio: una pequeña isla en el océano de la noche, una esquina en el callejón de la ciudad.
Francis Foss

Esa mujer mueve sus caderas y con ellas sus nalgas. Una de cada lado, se separan y se vuelven a unir, en el abrazo que es el centro de la fiesta.
Noe Fachín




Precisamente es en momentos como estos, que saltan como ardilla con el fin de esconderse en el fondo helado del agujero que antes tiene que encontrar, precisamente en estos momentos cuando la lucidez nos ataca como un águila, nos prende de la nuca con sus garras sucias y nos lleva por los aires en dirección de la cima del árbol que está en la cima de la montaña. Toda la familia grita al vernos llegar de lejos, heridos de muerte, desangrándonos, en los brazos cálidos de su madre sonríen y una tierna alegría les recorre el cuerpo desde sus agallas hasta las plumas. Precisamente así y ahora, cuando la lucidez nos golpea como una piedra inesperada y es desde luego demasiado tarde el bucle eterno de nuestra historia, roca en la llanura, miramos al horizonte con la clarividencia de nuestras heridas abiertas, antes de que nos piquen la cara, antes de que nos arranquen la cabeza y nuestro nombre vaya volando por entre los montes con nuestro último gemido, rebotando entre las piedras, levantando polvo, imperceptible para el ojo humano, hasta desaparecer…

Hace unas semanas recibí un e-mail de una joven madre de familia, madre soltera, desde luego, con dos niños a cargo y dos buenas tetas, desde luego, dispuestas a alimentar toda vida que se le cruce por delante. Contaba que, además de no tener ganas de alimentar más bocas, había asistido la noche de la presentación de Simiostein, el primer fanzine cornelista, allá por el 2009, en Barcelona, ciudad donde vive desde que nació, que enseguida simpatizó con nuestras ideas, pero que, conforme ha ido avanzando el tiempo, y la situación que se ha ido apoderando de su país, las cree y ahora también las profesa. Del mismo modo, recibimos las palabras de otro simpatizante quien, lleno de ira, reclamaba nuestra promesa: el futuro sin humanos, y se ofrecía para cualquier acción intelectual o física que requiriésemos; de hecho, celebraba la capacidad de inmolación de la gente de los países árabes y nos lanzaba un ¿por qué no-no-no-no-no-o-o-o-o-…? Nuestro amigo en estos momentos se encuentra escribiendo unos textos de reflexión cornelista, que, sabemos, nunca terminará. Han sido varias las muestras de afecto y apoyo que han llegado a nuestra redacción; cada una envuelta, como es lógico, en una serie de interpretaciones personales e íntimas que han ido alimentando, incluso, nuestra percepción misma del cornelismo. Desde lecturas que nos ligaban al post-humanismo o al neo-humanismo más vanguardista, hasta otras que nos conectan con la tradición griega de Edipo en Colono o La Tragedia de Marras, donde precisamente se dice: “Lo mejor es no haber nacido, pero si has nacido, lo mejor es volver al lugar de donde has venido”. Cada una intentando afirmar que es cierto, que no sólo es una necesidad sino también un camino, el único ineludible que hemos trazado, conscientemente, a sabiendas, de lo que nos queda, y que debemos afrontar con toda la responsabilidad de nuestra naturaleza irresponsable, nuestro futuro del vacío al borde de la nada. No se trata de una perspectiva situacional, ligada al caos económico, social y militar en el que se encuentra el mundo ahora. En absoluto, lo confirma la fe de nuestros lectores que ven el trazado de nuestra realidad única, desde los momentos más remotos de la civilización (auto)destructiva que fue, es y siempre será la nuestra, de hecho la única que puebla el planeta y la última que conoceremos. No se trata de una respuesta al momento y la circunstancia, como tantos otros grupos que pululan, los tetrapléjicos Indignados, por ejemplo, o los comediantes muertos de risa de Anonymus, supuestamente sin sueldo, que envidian y emulan a sus enemigos hermanos. La nuestra es una respuesta a la historia del hombre y la mujer, a la vida del hombre y la mujer, que, cegados o con consciencia, no pueden hacer otra cosa que seguir viviendo, en otras palabras seguir destruyendo lo de otros y lo suyo, seguir autodestruyéndose. Y en ese “destruyéndose” está nuestra partida, nuestra esperanza, nuestro ideal. He ahí nuestro primer y único mensaje: la vida más humana y natural que podamos es lo que debemos buscar. Y por ella trabajamos, de una manera metódica y básicamente didáctica. ¿Cómo vivir de la forma más humana posible? ¿De qué manera rehuir la vida contranatural que las sociedades anecdóticas occidentales intentan ahora que abracemos? Ecologismos. Solidaridad económica y social. Derechos de las bestias. Conceptos de ciborgs con bigote y pelos en las axilas.

Pese a todo, la entereza humana se mantiene firme, pese a que intentan confundirla, la calidad humana, por momentos tímida, por momentos escondida, a veces descarada, sea la que sea, está ahí, como un pecho que infla otros pulmones, presente, pese a quien le pese. Nada cambiará después de esta crisis. El mundo, que quiere decir “el conjunto de seres humanos que somos” inflará otra burbuja, si no es la misma, que volverá a herirnos de muerte. China se levanta como el paraíso futuro de la antropofagia; no la conocemos, no la conocimos antes ni nunca nos interesó, pero ahora la histeria colectiva nos pregunta y reclama, ¿quiénes son esos pequeños seres, de apariencia inofensiva casi ridícula, pelos erectos y penes cortos a los que tengo que darles el culo? ¿Cuál es su lengua inimaginada, cómo se usa y a qué sabe? ES UN EJEMPLO DE LA NUEVA ESPERANZA CORNELISTA, esa es la respuesta. Así como los países emergentes, entregados al elixir del crecimiento que lo agotan todo en pos de porcentajes que son el símbolo de la otra ficción, su tierra, su agua, su insignificante belleza, la prescindible alegría de sus canciones, la última gota de lluvia sobre el alféizar de nuestra ventana. Así se apagará la humanidad, tan tiernamente. Es el destino ineludible de nuestra especie desde que decidió intervenir y cambiar el orden natural de la Naturaleza, es decir, sembrar su papa, sembrar su trigo, criar su pollo, criar su oveja; algo a lo que no nos podíamos negar, pero ahora nos pesa; y sin embargo ¿cómo negarse al bálsamo de la colonización? Precisamente es allí donde el Cornelismo entra a decir: “Hombre, mujer, niño y abuela, no temáis a esta sirena que grita tu amenaza, no forcéis vuestra calidad y espíritu que late como tu corazón, que recorre tu cuerpo como tu sangre, somos humanos y como humanos desapareceremos, en las garras filudas de nuestra esencia de destrucción, siguiendo himnos que evocan la no-Historia, pisotead el planeta como siempre lo habéis hecho, pisotead vuestros poetas y vuestros premios Nobel, comed todos los seres vivos que os rodeen, acabaros el agua de vuestros ríos y lagos, encended todos los motores, para hacer del cielo una gran nube turquesa, bajo esa nube turquesa bailaremos, amaremos, beberemos, gritaremos juntos en una sola voz, tanto amor y estamos listos para la muerte, entre las sonrisas satisfechas que poseen quienes han vivido y no se arrepienten de nada. He ahí la Gran Fiesta del Fin, que te llama y susurra al oído, la fiesta que el Cornelismo prepara.

De El mango. Fotógrafo: Diego Sarmiento. Cedida por LM Hermoza.


DÍA DE DESCANSO

Me gusta despertarme a media mañana, después de una larga semana de trabajo, percibir el suave llamado del sol que tras mis cortinas grises pronuncia mi nombre. Me gusta el olor tibio de mi cuerpo que se guarda bajo mis sábanas, que se descubre como el salto de un gato blanco cuando las remuevo. Me gusta el parquet que sostiene mis pies y me acompaña desde mi cama a la ventana, de la ventana al baño, del baño al centro de mi pieza. Me gusta mi cité con su parque al centro donde los niños mueren, pero antes de morir ríen a carcajadas, y luego crecen. Me gustan los postes de luz apagados, los vehículos de colores sombríos que, estacionados y fríos, me hablan de otros mañanas. Me gustan los árboles que el ayuntamiento entretiene, las madres gordas que pasan con las bolsas de compra a paso ligero, el pasto que crece sobre el abono, los perros que olfatean sus pisadas de la noche anterior, la destreza que tienen para volver a poner el pie en el mismo agujero. Me gustan los papagayos y los caballos blancos, los monos que gritan sus vidas en sus cantos, los toros salvajes que espantan las moscas de sus grupas, sus testículos de donde beben las pulgas. Me gustan los elefantes que se regocijan en el lodo de alguna selva en proceso de desaparición. Me gusta el sol que con sus trenzas rojas les da abrigo y, como a ellos, a mí. Me gusta poner discos antes de pronunciar cualquier palabra, saberme protegido por mis cuatro paredes peladas, bajo las palabras de algún cantante muerto. Me gusta abrir la nevera y tomar mi tazón de leche con cereales y nesquik. Me gusta ver mi nevera equipada con los alimentos que necesito. Por eso voy al supermercado a pasar mi tarde. Me gusta empujar mi carrito y llenarlo de a pocos con mis productos selectos, seleccionados por mí mismo. Yo, nadie más que yo, escogiendo el menú de mi semana. Me gustan los yogures naturales, los productos biológicos, la leche empaquetada, la carne tratada con amor, el pescado cazado sin anzuelo, la butifarra y el foie gras. Me gusta el pan con semillas en la cortaza, el café venido del tercer mundo, la quinua que colabora al desarrollo de los pueblos, los productos con el dibujo de un panda. Me gusta el arroz de Asia, los pistachos, las mujeres exóticas traídas de Siberia, los brujos colgados de los pies que nos regalan su grasa para nuestras cremas. Me gustan las piernas gordas, las nalgas que se piden permiso entre sí. Me gustan los dulces que chorrean miel y que me obligan a chuparme los dedos. Me gustan los Macarrones y los Mil Hojas, los Éclairs au Chocolat. Pero lo que en verdad me hace me hace ver las estrellas, lo que en verdad me hace estirar los brazos y agradecer a algún Dios, es la sección de detergentes y suavizantes de ropa. El olor sintético. Los envases de colores hacen pensar en otros planetas. Luego de acariciar sus etiquetas, luego de lamer sus tapas y el poto de sus envases, luego de trepar por los estantes y rascarme las axilas, de enseñar mis dientes y gritar a los cuatro vientos mi nombre, luego de saltar de un lado al otro, de rodar en volantines como pelota, de señalar, reír a carcajadas y rascarme la barriga, el pecho, la espalda vuelvo a casa como nuevo, con bolsas recicladas, después de haber hecho mi terapia. Pero antes paso por mi Big Mac que, desde luego, es mucho más saludable que un kebab lleno de grasa.



* «Arde mono» de Francisco Jota-Pérez y «Octubre 1942 (Stalingrado)» de Miguel Ángel Torres Vitolas fueron escritos originalmente para ser publicados en los fanzines del Cornelisme International. Sin embargo, el movimiento se disolvió sin que llegásemos a concretar lo prometido. De esta manera, apareciendo los textos en 2+, saldamos la deuda.


NO (LM Hermoza, Simiostein, 2009)
UN POCO DE HISTORIA DEL CORNELISMO (LM Hermoza, Simiostein, 2009)
EL CORNELISMO PARA LOS RECIÉN LLEGADOS… (Laurent Bouisset y LM Hermoza, El Cornelismo Internacional, 2011)
EL CONSUMO, EL CAPITALISMO Y LA ESPERANZA CORNELISTA (Laurent Bouisset y LM Hermoza, El Cornelismo Internacional, 2011)
EL ECOLOGISMO, EL SER HUMANO Y LA SALUD DEL PLANETA (Laurent Bouisset y LM Hermoza, El Cornelismo Internacional, 2011)
LAS EMOCIONES, LOS SENTIMIENTOS Y EL AMOR PARA EL CORNELISMO (Laurent Bouisset y LM Hermoza, El Cornelismo Internacional, 2011)
EL CORNELISMO Y LA FELICIDAD (Laurent Bouisset y LM Hermoza, El Cornelismo Internacional, 2011)
EL CORNELISMO, EL SUICIDIO Y EL PACIFISMO MILITANTE (Laurent Bouisset y LM Hermoza, El Cornelismo Internacional, 2011)
YO CREO (Laurent Bouisset y LM Hermoza, El Cornelismo Internacional, 2011)
PALABRAS PARA UN MAÑANA (Laurent Bouisset y LM Hermoza, Dos/Deux, 2012)
DÍA DE DESCANSO (LM Hermoza, Canibaal 2, 2013)

Más información cornelista en:


Bonus tracks

Otra de las cosas que hicimos e interrumpimos los Cornelistas fue un podcast dedicado a la destrucción cornelista (2013), Onda Cornelismo: galáctica y buen flower... A continuación, incrustamos los audios de 4 programas rescatados. Lamentablemente, como todo lo cornelista, los otros audios se perdieron...

Onda Cornelismo #01
Onda Cornelismo #02
Onda Cornelismo #03
Onda Cornelismo #05


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